Historia del Banco de México
Eduardo Turrent Díaz


Tomo II: Consolidación y formación de la tormenta
II. El Banco de México en el cardenismo

 

Introducción

 

Según Luis González, el cardenista fue un sexenio rebosante de acontecimientos, una era en la que “hubo sucesos a raudales”.[1] Lo anterior es acertado, tanto en el ámbito exterior como en la vida interna de México. El quinquenio final de los treinta atestigua el preludio de la segunda gran guerra del siglo y presencia su estallido. La situación se remonta a 1933 con el resurgimiento del militarismo y el auge de las potencias expansionistas que nacen de los escombros del Tratado de Versalles. Una confirmación es el fracaso de la Conferencia Mundial para el Desarme, patrocinada por la Liga de las Naciones.

La aventura imperial del Japón se había iniciado en 1931 con la invasión de China y la instauración en Manchuria de un gobierno títere de las autoridades de Tokio. En 1934, le toca el turno a la Italia de Mussolini. Con la invasión y posterior anexión de Etiopía, el Duce rubrica el ansia de su país. Pero las demostraciones más espectaculares ocurren en el continente europeo. Simultáneamente a la crisis de Etiopía, Hitler invade la zona desmilitarizada del Rhin, y en 1935 denuncia y rechaza definitivamente el Tratado de Versalles. Desde 1933, el dictador había ordenado el rearme de Alemania, pero la anexión de Austria al Reich no ocurre sino hasta marzo de 1938. El mismo procedimiento se aplica a la región Sudetes en Checoslovaquia y preside el desmembramiento total de ese país, en marzo de 1939, sólo cinco meses antes de la invasión de Polonia.[2]

En 1936, el conflicto armado llega a Europa en un momento de fuertes. El general Franco, con la ayuda de Hitler y Mussolini, se levanta en Marruecos y logra derrotar definitivamente a los republicanos a principios de 1939. La guerra civil española adquiere una relevancia especial. No sólo es el laboratorio de los fascistas para el ensayo de sus armas, sino que constituye el antecedente de la confrontación que se estaba gestando lentamente. Se trata, en definitiva, de una época de consolidación para los tiranos totalitarios. En la Unión Soviética, mientras tanto, se fortalecía Stalin con el desarrollo de las terribles purgas políticas de los treinta.[3]

Los acontecimientos europeos tuvieron alguna influencia sobre la vida económica y política de México, especialmente en la etapa entre la expropiación petrolera y el inicio de la guerra. Sin embargo, las repercusiones más directas provinieron de los Estados Unidos. El suceso clave es la reelección de Roosevelt en noviembre de 1936, lo que aseguraba la continuación del new deal. Esto implicó el desarrollo renovado de la seguridad social y el fortalecimiento del gobierno federal como rector de la economía norteamericana. El gasto estatal deficitario se afianza en el papel de instrumento para el empleo y la expansión productiva. La confirmación de Roosevelt y la extensión del “nuevo trato” dieron un respaldo implícito a las estrategias populistas que Cárdenas seguía en México. La adopción e incluso imitación de fórmulas jurídicas y políticas emanadas de Norteamérica es un fenómeno perfectamente verificable en la historia de México. Si los modelos financieros heterodoxos aplicados por Roosevelt habían tenido éxito en aquel país, no había razón para dejar de utilizarlos también en México.

Otro desenlace de consideración provino de la política del “buen vecino” iniciada por Roosevelt desde 1933. A medida que las tensiones europeas iban creciendo y aumentaba la posibilidad bélica, los Estados Unidos iniciaron su acercamiento con las repúblicas latinoamericanas. La llamada Unión Panamericana adquiere consistencia y poder. Había que asegurar la defensa militar del continente en caso de agresión. Dicho consenso y la radicalización del enfrentamiento mundial, hacen que el presidente Cárdenas se incline naturalmente por el bando de los aliados, aunque en 1938 y 1939 se registran ciertos devaneos mexicanos con las potencias del Eje.

En la vida política interna fueron cuatro los acontecimientos del cardenismo que tuvieron una repercusión directa sobre el Banco de México: 1) el enfrentamiento Calles-Cárdenas en 1935, que culminaría con la renuncia de Gonzalo Robles; 2) el desenvolvimiento con todo rigor de la política cardenista a partir de 1936; 3) la expropiación petrolera, y 4) el estallido de la Segunda Guerra Mundial en Europa.

Gonzalo Robles fue nombrado director del Banco de México el 17 de abril de 1935, a la dimisión de Agustín Rodríguez.[4] A los 43 años de edad, pues había nacido en 1891, Robles contaba con una hoja de servicios sobresaliente y una bien ganada fama de hombre erudito. Su labor había empezado en 1916, cuando Carranza lo envió a visitar las escuelas agrícolas más famosas de los Estados Unidos. Después, entre 1920 y 1921, viaja con los mismos fines por Europa y Sudamérica. Para 1924, Robles es un enamorado de todo lo que suene a cooperativismo y fomento agrícola, y Calles lo llama para que ejecute el proyecto de las escuelas centrales campesinas y el establecimiento de los bancos ejidales.[5] Más tarde, entre 1927 y 1934, es vocal de la Comisión Nacional de Irrigación, director-gerente del Banco de Crédito Agrícola y director del Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Públicas. Colaborador cercano de Calles desde 1924, Robles recibe la dirección del Banco de México, en cierta medida por influencia del “jefe máximo” y también por su amistad con el secretario de Hacienda, Narciso Bassols. Junto con Bassols, Robles integra, al inicio del cardenismo, el equipo de funcionarios de mayor jerarquía en el gobierno.

Poco menos de nueve meses estuvo Gonzalo Robles al frente del Banco de México. Los motivos de su renuncia aún hoy son materia de especulación; el pormenor de su gestión en el banco constituye también una incógnita. El cúmulo de razones y prejuicios que condujeron a su destitución es amplio y muy complejo. Su identificación con el callismo y su amistad con Bassols constituyen parte de la explicación. Bassols había tenido que dimitir por causas similares apenas en junio de 1935, tres meses después de su exitosa reforma monetaria. Esos acontecimientos ocurren en medio del más tórrido enfrentamiento entre callistas y cardenistas. Los rumores xenófobos en contra de Robles son la comidilla del día, ya que, aunque naturalizado mexicano, don Gonzalo había nacido en San José de Costa Rica.[6] A pesar de su competencia técnica y de la valiosa labor desarrollada por México en el resto de su vida (45 años de fecunda actividad), todavía en 1976 Eduardo Suárez se permitió escribir estas líneas terribles:

Cuando me hice cargo de la Secretaría de Hacienda era director general del Banco de México el señor ingeniero Gonzalo Robles, persona que disfrutaba de toda la confianza de mi antecesor, el señor licenciado Narciso Bassols, y de su director de Crédito, el señor licenciado Ricardo J. Zevada. El señor ingeniero agrónomo don Gonzalo Robles es persona de gran honorabilidad y de buena cultura en materia económica, pero un poco vacilante para tomar decisiones y asumir responsabilidades en una posición como la del banco central, en la que son indispensables estas cualidades.

El señor presidente Cárdenas, habiendo apreciado las virtudes y también las limitaciones del señor ingeniero Robles durante el tiempo que desempeñó este cargo en la administración del señor licenciado Bassols, consideró que era indispensable sustituirlo por un funcionario que tuviese más capacidad para la acción. Se fijó en el señor don Luis Montes de Oca para que asumiese este cargo... Yo le contesté que conocía bien al señor Montes de Oca a quien consideraba hombre enteramente honorable y de gran iniciativa, capaz de dirigir con éxito el instituto central...[7]

En cuanto al Banco de México, el cardenismo fue también determinante en otro sentido. Esta era contempló la desaparición de la camada de consejeros que había guiado los rumbos de la empresa durante su infancia y la consolidación de un nuevo grupo de funcionarios y asesores. El Consejo de Administración fue el mejor espejo de dicho proceso. En efecto, para el año de 1935 ya era casi imposible localizar en el seno de dicho órgano directivo a ninguno de los consejeros pioneros. Las excepciones a la regla eran los señores José R. Calderón, Adolfo Prieto, Graciano Guichard y León Salinas, consejeros de estirpe privada, plenamente identificados con su sector. De todos ellos, el único representante de la serie A era Calderón que, al igual que Adolfo Prieto, era gente de la Fundidora de Monterrey. A Guichard no se le podía considerar fundador, pues había sido designado en 1926. Éste fue elegido por el consejo “como muestra de consideración y buena voluntad para el Banco Nacional”, y a fin de que esa institución estuviera representada en el consejo del banco.[8] Guichard era consejero del Nacional y también, quizás, accionista de esa sociedad. Caso semejante fue el de León Salinas, quien de comisario del Banco de México entre 1929 y 1930, pasó a consejero suplente por la serie B en 1935.

En alguna medida, la renovación del consejo se debió a causas necrológicas. El primer consejero fundador en apresurar la partida fue Carlos B. Zetina, quien falleció en 1927. Le siguieron Elías S.A. de Lima un año después, e Ignacio Rivero y Pedro Franco Ugarte en 1931. Con todo, las causas de orden político fueron de mucho mayor peso. En mayo de 1932 para poner un caso, cuando Montes de Oca abandona la Secretaría de Hacienda, renuncia al Consejo de Administración el más íntimo allegado de don Luis, Luciano Wiechers. Otro ejemplo es el de Ricardo J. Zevada, quien funge como consejero suplente por la serie A mientras Abelardo Rodríguez es presidente de la República. Al regreso de Pani, la integración del consejo se decide con las designaciones del ministro. Como presidente de ese órgano es nombrado el internacionalista Fernando González Roa, colaborador de don Alberto desde hacía décadas. La vicepresidencia es ocupada por Miguel Palacios Macedo.

La renovación del consejo administrativo fue resultado, en última instancia, del relevo generacional que se consolidó en el país con el cardenismo. En efecto, con Lázaro Cárdenas se afianza una minoría rectora en la que prevalecerían los de la generación de 1915, individuos nacidos entre 1890 y 1905.[9] Para los años de 1936, 1937 y 1938 ya predominan en el consejo los de esa camada: Eduardo Villaseñor (1896), Alberto Vázquez del Mercado (1893), Roberto López (1898), Antonio Espinoza de los Monteros (1903) y Daniel Cosío Villegas (1898) por la serie A, y Miguel Palacios Macedo (1898), Raúl Bailleres (1895) y Luis G. Legorreta (1898) por la serie B. Incluso para 1938 aparece en el consejo un miembro de la hornada posterior, Antonio Carrillo Flores, nacido en 1909. Esto no quiere decir que no hubiera miembros de la generación antecedente llamada “revolucionaria o roja” (1875-1890). Evaristo Araiza, director general de la Fundidora de Monterrey presidió el consejo durante todo el sexenio, como vicepresidente fungió otro privatista Javier Sánchez Mejorada, de 1885, y como consejero por la serie A estuvo Ernesto J. Amezcua nacido en 1885. Por la serie B continuaron en su consejalía Graciano Guichard, León Salinas y Adolfo Prieto.

Eduardo Suárez, uno de los prohombres del cardenismo, es uno de los ejemplos más conspicuos del reemplazo generacional. Vio la primera luz en Texcoco en 1895, y terminó la carrera de leyes en 1917. La trayectoria de Suárez como funcionario público fue casi meteórica. Recién egresado, es nombrado secretario general del gobierno del estado de Hidalgo, y en 1926 es designado presidente de la Junta de Conciliación y Arbitraje en el Distrito Federal. Obtiene gran reputación como abogado litigante al ganar para México el célebre caso de Laura Buffington Jones. Después, en 1931, es presidente de la comisión redactora de la Ley Federal del Trabajo, y en 1932 participa en la redacción de las Leyes de Títulos y Operaciones de Crédito y de Instituciones de Crédito. Su nombramiento como secretario de Hacienda ocurre el 17 de junio de 1935.[10]

Quizás también se explique en función del relevo de generaciones la controversia de doctrina económica que se escenifica durante la época de Cárdenas. Las posiciones antagónicas eran muy claras. Por un lado estaban los fiscalistas heterodoxos, que buscaban combatir el desempleo y acelerar la producción por medio del gasto público. En el bando contrario se situaron los financieros “clásicos” u ortodoxos. En su posición subyacía, de una manera velada, la doctrina del laissez-faire. Este enfoque planteaba que la estabilidad monetaria y cambiaria era condición indispensable para un desarrollo económico saludable y consistente.

¿Cuál sería la función del Banco de México en el contexto de las doctrinas anteriores? Según el esquema heterodoxo, el órgano central debería proporcionar sin restricciones los fondos requeridos para el financiamiento estatal, aun en detrimento del equilibrio monetario y cambiario. En aras del desarrollo, el banco debería incluso proveer de recursos excedentes al sistema financiero para que éste pudiera aumentar la oferta de crédito.

Para la posición clásica lo anterior constituía una herejía económica. El Estado debería atenerse a sus ingresos normales para el financiamiento del gasto público. Una de las obligaciones medulares del banco central era sostener la estabilidad monetaria a partir del control de la oferta de dinero. Ésta debería desenvolverse pari passu con la producción, y contraerse y expandirse con el desarrollo del ciclo productivo. El mantenimiento de la liquidez, tanto en el Banco de México como en las instituciones bancarias era de imperiosa necesidad para la salud financiera del sistema. Sólo con los requisitos anteriores se podría asegurar una paridad constante de los cambios con el exterior.


[1] Luis González, Los artífices del cardenismo. Historia de la Revolución Mexicana, 1934-1940, vol. 14, México, El Colegio de México, 1979, p. 1.

[2] Stephen King-Hall, Our Times, 1900-1960, Londres, Faber and Faber, 1961, pp. 150-182.

[3] Geoffrey Bruun y Viclor S. Mamatey, The World in the Twentieth Century, 4a. ed., Boston, D.C. Heath Co., 1962, pp. 404-413.

[4] Banco de México, “Actas del Consejo de Administración”, libro 10, pp. 122-123, 17 de abril de 1935, acta 602.

[5] Enrique Krauze, La reconstrucción económica. Historia de la Revolución Mexicana, 1924-1928, vol. 10, México, El Colegio de México, 1977, p. 8.

[6] Entrevista Eduardo Turrent Díaz (ETD)-Emilio Alanís Patiño, enero de 1982.

[7] Eduardo Suárez, Comentarios y recuerdos (1926-1946), México, Ed. Porrúa, 1977, pp. 162-163.

[8] Banco de México, “Actas...”, libro 1, p. 80, 9 de abril de 1926, acta 34.

[9] González, op. cit., pp. 134-136, 138 y 163-164.

[10] Suárez, op. cit., pp. CXVI-CXX.

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