Tomo VII: Los fundamentos de una política exitosa
Introducción

 

El lector curioso e inquisitivo notará, quizá con perplejidad, el poco usual número de capítulos que conforman el índice general de la Historia del Banco de México para el periodo de 1954 a 1970, es decir el correspondiente al llamado desarrollo estabilizador, que comprende los vols. VII a XII de la Historia… Lo extraño no reside tanto en el número (abandonando la regla clásica de 12 capítulos para un libro, se han multiplicado aquellos que cuentan con hasta 45 de ellos) sino en la cifra non de 21 capítulos. ¿Por qué? El proyecto original para la obra era de 20 capítulos, pero “haciendo camino al andar” se impuso la necesidad, así literalmente, de que la obra se iniciara con un texto de esencia diferente de la del resto del capitulado. De manera muy espontánea se fue viendo que en todos y cada uno de los afanes constructivos que emprendió el Banco de México durante la etapa en cuestión, estuvo detrás la mano impulsora de don Rodrigo Gómez. Con una modestia quizás excesiva, el célebre banquero central operaba con gran destreza para que las cosas marcharan bien y para que los proyectos prosperaran pero sin que se destacara su creación personal o paternidad. De ese impulso surgió una idea editorial difícilmente cuestionable: que la obra tuviera como capítulo inicial una semblanza o biografía de don Rodrigo Gómez. El título del capítulo retrata con mucha claridad el tema a resaltar: “Rodrigo Gómez: alma y emblema del Banco de México”.

En su género literario ese texto es completamente diferente del resto de los que integran el índice y la diferencia debe ser clara: mientras todos los capítulos restantes pertenecen o pueden ubicarse en el género de la narrativa o crónica histórica, el relativo a la semblanza del banquero central pertenece naturalmente al género de la biografía. Desde el punto de vista del escritor, el reto resultó de mucha mayor complejidad. O para decirlo de una manera distinta: aun desde una perspectiva de investigación resulta mucho más fácil escribir una crónica de tipo histórico que una semblanza biográfica. Por muchas fuentes y testimonios que se puedan consultar siempre queda una zona de incógnita sobre cualquier personaje, que es inaccesible de primera mano para el biógrafo. ¿Cómo eran en esencia o en su naturaleza psicológica Tomas de Aquino, Napoleón o Miguel Hidalgo y Costilla? Esa misma dificultad o reto se enfrentó al escribir la semblanza del cambista, financiero y banquero Rodrigo Gómez. Desde luego, a don Rodrigo Gómez lo adornaron en vida todas las virtudes que sus colaboradores cercanos recuerdan con nitidez, en el sentido de que fue un individuo muy amable y bondadoso y que tuvo una intuición verdaderamente magistral para entender los fenómenos económicos en general y los monetarios y del crédito en particular. ¿Pero cómo entender y explicar la manera histórica en la cual se dio en la realidad un Rodrigo Gómez? La fórmula o la guía para esa explicación la encontró el autor en el libro de Nassim, El cisne negro. En términos de ese escritor, un cisne negro es un evento de ocurrencia tan improbable que por ese hecho no se considera plausible y se descarta a priori en cualquier análisis prospectivo. En opinión de quien esto escribe, precisamente en esto último consiste la esencia de la figura histórica de Rodrigo Gómez. En la semblanza que se comenta se argumenta que a esos dos grandes banqueros centrales que fueron Paul Volcker y Alan Greenspan, a pesar de su indudable excelencia no es posible considerarlos como casos de cisne negro. De las escuelas de economía de primer nivel académico que existen en los Estados Unidos egresan cada año decenas de graduados a nivel de maestría y doctorado. Necesariamente, de ese universo muestral tienen que salir en el transcurso de los años, por simples razones de probabilidad, algunos profesionistas de excepción, como sin lugar a dudas lo fueron Volcker y Greenspan. Sin embargo, que alguien que únicamente alcanzó a terminar la educación primaria y a concluir un curso de contador privado llegara a convertirse en el banquero central más respetado y longevo de todo un continente sí es un caso totalmente improbable, casi imposible de concebir. Con Rodrigo Gómez se materializó la altísima improbablilidad de un cisne negro.

Otro caso especial en el índice, cuya gestación y razón de ser merece una explicación cuidadosa es el del capítulo que lleva por título “¿Cuándo empezó el desarrollo estabilizador?” (en este volumen). También en términos de género literario cabe empezar distinguiendo su naturaleza de la del resto del capitulado. Una vez más y con la excepción, desde luego, de la semblanza de Rodrigo Gómez de la cual se habla en extenso en el párrafo precedente, mientras la totalidad de los capítulos restantes pueden sin ninguna ambigüedad situarse en el género de la crónica histórica el que motiva estas líneas pertenece preferentemente al campo del ensayo de polémica o controversia. Aunque para muchos la estrategia del desarrollo estabilizador se gestó de hecho a raíz de la devaluación de 1954, el tema nunca se había explorado analíticamente con la profundidad que merecía. El texto valida su inclusión en el género de la polémica precisamente porque en algunos libros se ha partido casi sin discusión de la idea de que el desarrollo estabilizador se inició en 1958 con el sexenio del presidente Adolfo López Mateos. El tema era en verdad delicado y se aborda y se analiza creo que con gran cuidado en el texto correspondiente. La conclusión a la que se llegó es la siguiente: si bien de la devaluación de 1954 surgió el impulso original para formular una política económica que, dando un papel muy importante a la procuración de la estabilidad de precios, respondiera al objetivo final de lograr un crecimiento económico rápido y sostenible con elevación continua de los salarios reales, posteriormente Antonio Ortiz Mena tuvo el acierto de darle formalidad al enfoque al plasmarlo en el programa de política económica que le solicitó López Mateos siendo candidato a la Presidencia, además de consolidarlo históricamente mediante una implementación muy exitosa. El carácter del género polémico propio del capítulo se hace todavía más evidente cuando se considera el aspecto de los creadores del modelo. Es muy claro que los pioneros del enfoque fueron el presidente Ruiz Cortines, con Antonio Carrillo Flores en la Secretaría de Hacienda y Rodrigo Gómez en el Banco de México. Sin embargo, el elemento de controversia en ese panorama viene dado por la identificación que se ha hecho de Carrillo con la corriente de los economistas mexicanos proclives al inflacionismo. El episodio se encuentra también influido por la amistad que tuvo siempre Carrillo Flores con don Eduardo Suárez, la cual facilita su identificación doctrinaria con ese bando.[1] Pero al menos en el lapso histórico de 1954 a 1958, Carrillo se comportó como un ministro de Hacienda que trabajó en favor de la estabilidad de precios como precondición para lograr un crecimiento sostenido.

Desde un punto de vista temático las partes restantes de la obra resultan de fácil ubicación en cuanto a contenido y agrupación. Para tal clasificación se discurrieron –dictadas en forma casi natural o funcional en razón de sus objetivos– cuatro grandes apartados. El primero de ellos se refiere a las funciones sustantivas de banca central y la manera específica en que el Banco de México las realizó durante el largo periodo histórico que se analiza, bajo la batuta hábil y diestra de don Rodrigo Gómez. En el segundo de esos grandes apartados se incluyen los programas y las políticas del Banco de México que respondían a la motivación de impulsar el desarrollo económico del país. Por su parte, el tercero de los apartados contiene el recuento de los diversos esfuerzos que llevó a cabo el instituto central en la época en el campo de las investigaciones técnicas. Por último, el cuarto apartado presenta el recuento del doloroso desenlace en el que desembocó finalmente el desarrollo estabilizador. Por el efecto concurrente de un relevo generacional que aunque inexorable se produjo en esa coyuntura de México de una manera disruptiva, influencias ideológicas que si bien fueron en general bien intencionadas resultaron a la postre muy destructivas y una sucesión política que socavó los delicados balances económicos, políticos y sociales en que estaba fincada la convivencia nacional, dieron cauce al desensamblaje de una estructura de estrategias económicas que habían arrojado resultados muy favorables por años.

El índice del apartado relativo a las funciones sustantivas del Banco de México comienza con el capítulo “Estrategia económica” (en este volumen). Parcialmente, ese importante texto se redactó teniendo como fuentes el ya mencionado programa económico que el candidato López Mateos le solicitó al director general del Seguro Social, Antonio Ortiz Mena, y un importante reporte que preparó en el año de 1958 el Fondo Monetario Internacional, con base en los trabajos de una misión que estuvo de visita en México unos meses antes. Se trata en ambos casos de dos documentos con gran calidad técnica y que además resultan coincidentes en sus puntos de vista generales sobre la política económica que se aplicó en México desde la devaluación de 1954. Asimismo, ahí en “La estrategia económica” quedó ubicado un relato muy importante para la historia de la banca central en el periodo: la incorporación de las sociedades financieras al régimen del encaje legal del cual habían estado exentas desde el surgimiento de esa figura jurídica en la ley bancaria de 1932. Tal vez el capítulo de mayor importancia en ese bloque sea el que lleva por título “Política monetaria” (vol. VIII). Su importancia, muy obvia, encuentra sustento en el hecho de que fue mediante esa política como se logró la estabilidad de precios que prevaleció en el periodo y por cuyo conducto pudo conseguirse que se mantuviera la paridad cambiaria, que los ahorradores tuvieran incentivos para conservar sus ahorros en moneda nacional y que los inversionistas conservaran la confianza para seguir ampliando sus instalaciones productivas de manera sostenida. En el capítulo “Control selectivo del crédito” (vol. IX) se explica la política crediticia que seguía el Banco de México para lograr que, a través de un esquema muy sui generis de su propia creación, la autoridad pudiera orientar la asignación de los recursos prestables que captaban los intermediarios financieros por actividades económicas y zonas geográficas. La idea general guía del esquema era la de darle prioridad en el otorgamiento de los préstamos a las actividades productivas y a dos sectores que eran de particular preocupación para las autoridades de la época: la agricultura y la construcción de vivienda de interés social.

El bloque relativo a las actividades del Banco de México motivadas por el compromiso de impulsar el desarrollo económico del país, y por la finalidad de procurar la evolución administrativa de la institución, se inicia con el capítulo “Los bancos no quiebran” (vol. VIII). La política de evitar la quiebra de bancos y de otros intermediarios financieros llevaba décadas de aplicarse en México, aunque en ninguna ocasión se había hablado de ella oficialmente antes de que lo hiciera don Rodrigo Gómez en la primera sesión que se celebrara de la llamada Reunión de Gobernadores de Bancos Centrales del Continente Americano que se realizó en 1964 en Guatemala. En el tercer subcapítulo correspondiente se incluye un relato pormenorizado del rescate que llevaron a cabo la Secretaría de Hacienda y el Banco de México de la sociedad financiera privada de mayor tamaño que existía en el país. ¿Por qué incluir ese capítulo relativo al rescate de intermediarios financieros en el bloque sobre impulso al desarrollo económico? La respuesta tiene dos facetas. La primera es que el crédito es siempre un factor de gran importancia para el crecimiento económico, y desde esa perspectiva resulta muy dañino socialmente que los intermediarios tomen riesgos excesivos cuya materialización los pueda conducir a la bancarrota. En ese mismo sentido, la posibilidad de que los intermediarios puedan quebrar da lugar a que las tasas de interés de la captación tengan que ser más elevadas, con sus daños consecuentes sobre las inversiones productivas que requieren de financiamiento. A continuación, los fideicomisos de fomento en los que el Banco de México actuaba en calidad de fiduciario fueron de gran relevancia para que ciertas actividades productivas de importancia contaran con crédito suficiente a costos razonables, y lograr así una expansión congruente con las necesidades del país. En un orden semejante, fue puertas adentro en el Banco de México donde surgió la idea de lanzar un programa para la construcción de polos de desarrollo turístico integralmente planificados. Sobre esa materia versa el capítulo con el título que se explica por sí mismo. En “Investigaciones Industriales” (vol. XI) se incluye el recuento de los desvelos que fueron propios del Banco de México durante décadas para coadyuvar al desarrollo manufacturero del país. Por último, don Rodrigo Gómez acarició en su momento grandes esperanzas con el proyecto para la integración económica de América Latina hasta el momento en que llegaron las decepciones y la propuesta se estancó. El interesante tema se trata con amplitud en el capítulo “La integración económica latinoamericana” (vol. X). En el orden organizacional, fue durante la época del desarrollo estabilizador que el Banco de México pudo llevar a buen puerto la propuesta de contar con su propia fábrica de billetes. Como se muestra en el capítulo correspondiente (vol. XI), el proyecto contaba con muchos antecedentes y su consumación no resultó a la postre tarea fácil de lograr.

En el bloque correspondiente a investigaciones y análisis (vol. XI), un lugar muy especial le toca al relato sobre el grupo de asesoría e investigación que formaron, por instrucciones del secretario Ortiz Mena, la Secretaría de Hacienda y el Banco de México. Nunca antes se había escrito en forma exhaustiva sobre ese grupo en cuyo seno se ventilaron controversias muy importantes y también tuvieron lugar enfrentamientos personales de los que nadie había hablado oficialmente. En el capítulo “Planeación” (vol. XI) se explora cómo el Banco de México no fue inmune durante la época a un tema que se puso muy de moda en el medio de los economistas respecto a la necesidad de preparar planes económicos. El enfoque adquirió una relevancia especial cuando a raíz del lanzamiento de la Alianza para el Progreso (alpro) por parte de la administración Kennedy, su puesta en marcha se supeditó a que los países elegibles presentaran planes económicos sujetos a aprobación por parte de la Organización de Estados Americanos (oea). Y fue en esas andanzas cuando el grupo Hacienda-Banco de México tuvo la oportunidad de involucrarse en la preparación de los planes para que México pudiera beneficiarse de los apoyos que ofrecía el gobierno de Estados Unidos a través del programa alpro. Todos los trabajos que se realizaron para esas finalidades se relatan en los capítulos “Planeación” (vol. XI) y “El grupo Hacienda-Banco de México” (vol. X), con la adición de que, en este último, también se incluyó una crónica sobre la muy cuestionada reforma fiscal que en su momento intentó poner en ejecución el ministro Ortiz Mena. En el ámbito del impulso a la investigación por parte del Banco de México también se incluyó el capítulo que lleva por título “Excelencia en la Universidad de Nuevo León” (vol. XI). El resorte profundo del caso era que, muy justificadamente, don Rodrigo Gómez estaba preocupado por la baja calidad de la educación que ofrecían las escuelas de economía que existían en México (en particular le escuela de economía en la unam) y la muy deficiente preparación profesional con la que salían sus egresados. Así, cuando se le solicitó apoyo para establecer una escuela de economía de excelencia en la universidad de su patria chica, el banquero central no dudó en brindarla con toda generosidad. El resultado fue exitoso, habiendo sido la heroína del episodio –la metáfora es apenas merecida– una economista que merece una mención elogiosa en estas páginas: honor para Consuelo Meyer L’Epeé. Don Rodrigo Gómez también resultó determinante en la culminación del proyecto para establecer el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (cemla) que nació con la encomienda de realizar investigaciones para beneficio de los bancos centrales del subcontinente, además de ofrecer capacitación a su personal. A pesar de las dificultades que se encontraron en el camino, el proyecto también resultó a la postre promisorio y útil.

Llegamos finalmente al bloque relativo al desenlace del desarrollo estabilizador. Desenlace de una gran y loable obra constructiva a la cual los avatares de la historia no le permitieron subsistir. El volumen correspondiente (vol. XII) se inicia con un capítulo muy importante que lleva por título “Embates a la confianza”. El secretario Ortiz Mena, además de Rodrigo Gómez en el Banco de México y José Hernández Delgado en Nacional Financiera, fueron individuos con una sensibilidad política y económica muy fina y por tanto entendían muy bien que la buena marcha de un país en el orden económico dependía en una medida importante de preservar la confianza de los ahorradores, inversionistas, empresarios y consumidores en general. En tal sentido, con el fin de proteger la conservación de la confianza por parte de esos agentes económicos, con una gran perspicacia el ministro Ortiz Mena ideó un enfoque muy singular. En caso de que se suscitaran acontecimientos traumáticos del orden político y social que pudieran amenazar la confianza de los agentes económicos, inmediatamente se organizaba un viaje al extranjero con la compañía de Rodrigo Gómez a fin de obtener créditos que parecieran importantes, además del respaldo del fmi y del gobierno de Estados Unidos aunado al de otros gobiernos y organismos internacionales. Ese trabajo de protección se completaba con reuniones que se propalaban con los principales grupos empresariales del país, en las que con frecuencia se contaba con la asistencia del presidente de la República. En el capítulo correspondiente se explica que en el periodo analizado se enfrentaron con éxito mediante la estrategia enunciada cinco delicados episodios de crisis política: los movimientos gremiales de 1958-1959, el reconocimiento diplomático por parte de México al gobierno revolucionario de Cuba, la nacionalización eléctrica, la crisis de los misiles que la urss intentaba instalar en Cuba y el movimiento estudiantil de 1968. En paralelo, los muy favorables resultados que mostraba la economía de México empezaron a ser objeto de renovado interés para muchos observadores internacionales. Así, con el fin de atender la curiosidad de esos estudiosos, además de hacer promoción por esa vía en favor del país y de su política económica, el secretario Ortiz Mena tomó la decisión de que se redactara un folleto explicativo de la estrategia económica que se seguía en México al menos desde hacía dos sexenios. El plan se llevó a cabo con la intención de que el folleto se distribuyera ampliamente durante las reuniones del otoño de 1969 del fmi y el Banco Mundial. Fue en el proceso de preparar ese folleto cuando surgió la propuesta de bautizar a esa exitosa estrategia económica como “desarrollo estabilizador” y de ahí el título que lleva el capítulo correspondiente. Hasta ese momento de la historia, en la Secretaría de Hacienda y en el Banco de México todo es construcción y laboriosidad; trabajar para mejorar las cosas en el país dentro de las limitaciones que imponen la escasez de los recursos y los tiempos que nunca son infinitos. La semilla de la cual creció el árbol cuyo principal fruto fue la destrucción del desarrollo estabilizador fue la crítica en contra de esa estrategia y la cual tuvo principalmente expresión en medios académicos. Ése es el tema que se trata en el capítulo penúltimo del índice general. Esa crítica en contra de la estrategia económica que se había seguido, encontró oídos fértiles en el funcionario que resultó seleccionado para suceder en la Presidencia de la República a Gustavo Díaz Ordaz. Seguramente con muy buenas intenciones en cuanto a que la economía mexicana tuviera hacia adelante un desempeño más favorable que el conseguido durante los quinquenios anteriores, desgraciadamente del replanteamiento que se puso en ejecución de la estrategia económica no se obtuvieron los resultados favorables que se esperaban. En el capítulo “La sucesión presidencial de 1970” (vol. XII) se hace un recuento cuidadoso de los acontecimientos que llevaron a que el secretario de Gobernación en el sexenio 1964-1970, Luis Echeverría, fuera designado candidato a la Presidencia por el Partido Revolucionario Institucional. En ese texto se incluye también la crónica de la forma en que durante la campaña electoral se fue definiendo la estrategia de política económica que se pondría en ejecución durante el sexenio en que le tocaría presidir los destinos del país, y que planteaba una reformulación de la estrategia precedente.

Desde una perspectiva amplia –de filosofía de la historia–, para el Banco de México el panorama del periodo llamado del desarrollo estabilizador arroja a la postre un resultado doloroso con un fuerte sabor a decepción. En un sentido metafórico, el ciclo completo se nos presenta en la forma típica de la tragedia griega, en la cual a los personajes del reparto les resulta ontológicamente imposible escapar del desenlace trágico que el destino les tiene reservado. De acuerdo con esa secuencia, los episodios de esta historia se componen en su gran mayoría de acciones constructivas cuidadosamente elaboradas, motivadas por el fin último de contribuir a la prosperidad económica de México. Muchas de esas acciones constructivas se llevaron a cabo dentro de variantes de la política de banca central que la administración encabezada por Rodrigo Gómez había heredado de gestiones precedentes. Tal fue el caso en el periodo del control selectivo de crédito o de la estrategia para evitar que en México hubiera quiebras bancarias. Otros casos simplemente se produjeron por la continuidad de líneas de actividad que venían de tiempo atrás y que se consideraban necesarias, como las funciones del Departamento de Investigaciones Industriales bajo la batuta del ingeniero Gonzalo Robles. Otro ejemplo de interés fue el de la Oficina de la Deuda Externa, cuyo establecimiento se derivó de que apenas durante la etapa del desarrollo estabilizador pudo ponerse en acción una función sustantiva del Banco de México que se encontraba especificada en su ley orgánica desde la promulgación de esta en 1941. Y en varios otros ejemplos sobresalientes, las acciones constructivas se derivaron de propuestas operativas que se lanzaron durante la administración que encabezó don Rodrigo Gómez. En ese elenco se ubica la creación de los fideicomisos de fomento FIRA, FOMEX y FOVI, el proyecto para los polos de desarrollo turístico, el establecimiento del cemla, la formación del grupo Hacienda-Banco de México, el apoyo para crear una escuela de economía de excelencia en la Universidad de Nuevo León y la conformación de una cadena importante de fideicomisos culturales. ¿Pero qué ocurrió a la postre? ¿Por cuáles razones esa gran obra constructiva se fue demoliendo de una manera sistemática, casi impune? Posiblemente el caso se ubique en el insondable e inescrutable universo del azar: las diosas de la fortuna ya no fueron propicias para México; los astros de la historia se alinearon perversamente para que así sucediera.


[1] Consúltese para este tema el ensayo biográfico de Vanessa J. Granados Casas, “Antonio Carrillo Flores: vida académica y su paso por la Hacienda Pública”, en Ma. Eugenia Romero Sotelo et al. (coords.), El legado intelectual de los economistas mexicanos, México, UNAM, 2014, pp. 407-434.

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