Poco después del primer y exitoso viaje a Monterrey que realizó la maestra Meyer en el mes de abril de 1958, ya plenamente incorporada al proyecto, presentó a la consideración del rector de la Universidad, Roberto Treviño, un memorándum con los pazos que deberían seguirse para echar a andar la llamada “reorganización de la Facultad de Economía de la Universidad de Nuevo León”.[1] En general, ese memorándum revela tres cosas: primero, la integralidad de la propuesta con la cobertura de prácticamente la totalidad de los temas en consideración; segundo, los avances que ya se habían realizado; y tercero, nuevamente la claridad en los fines que se perseguían. Respecto de la cobertura, desde esos inicios la maestra Meyer ya pensó en la conveniencia de proporcionarle fundamento jurídico al proyecto al proponer la “Redacción de la Exposición de Motivos y el proyecto de Reglamento de la Facultad de Economía”. Y en razón de que se tenía claridad en cuanto a los objetivos, habría que proceder de inmediato a hacer una “relación de los proyectos” que deberían realizarse para hacer posible “la reorganización de la Facultad de Economía con el plan de estudios en vigor”. Y a continuación venía un recuento de las medidas que ya se habían tomado o que se proyectaba “tomar de manera inmediata para adelantar los planes de reorganización…”. En ese orden se encontraban los avances en cuanto al plan de estudios con la determinación de la “Cátedra de Civilización Contemporánea” y los cursos, que serían fundamentales, de Introducción a la Economía, Matemáticas para Economistas, Elementos de Estadística, además de Contabilidad e inglés. Respecto de la “contratación de maestros para el próximo año lectivo”, que claramente se encontraba en sus inicios, habría que ofrecerles a los docentes un incentivo adicional al sueldo. De ahí la finalidad mencionada explícitamente en cuanto al otorgamiento de “Becas para futuros maestros de la Facultad de Economía”. Y para demostrar que ya se había avanzado en esa última línea de actividad se mencionaron a continuación las becas que se les habían ofrecido los profesores Bernardo Núñez, Manuel Rodríguez Cisneros –que se encargaría del Centro de Investigaciones–, Romeo Madrigal –que impartiría Estadística– y los ingenieros Eladio Sáenz –Matemáticas– y Rafael Serna. Y a lo anterior habría que agregar las becas para alumnos que serían fundamentales para echar a andar al “grupo piloto de la Facultad de Economía”.
Independientemente de todos los cuidados que se pondrían en la planeación e instrumentación del proyecto, la maestra Meyer siempre estuvo plenamente consciente del carácter de experimentación que tendría su arranque. Tendría que ser un proyecto experimental en razón de la falta de precedentes y experiencias –era un viaje para el que no había mapas y habría que trazarlos– y también en razón del número tan grande de variables que entrarían en juego: alumnos, cuerpo docente, autoridades de la Universidad y administración, los padres de los alumnos, las fuentes de financiamiento, el funcionamiento eficaz de la biblioteca con su dotación de libros y finalmente el entorno social y político en el que se desenvolvería. Y, además, la naturaleza experimental de aquel proyecto tendría dos expresiones operativas. Por un lado, el grupo de transición para los normalistas que ya habían estado inscritos en la Facultad desde el otoño de 1957 y que tendrían horario nocturno, aunque con los mismos profesores. Por otro lado, el “Grupo Piloto” que se integraría con la primera generación de alumnos del programa y que se cursaría en horario diurno. Sobre el caso del ya mencionado y también controvertido grupo de transición, Cesar Rangel –egresado del “Grupo Piloto”– explicó en forma reveladora: “la maestra Meyer era también astuta. Estaba alerta de que la oportunidad que se daría a los estudiantes iniciales de probar suerte en el nuevo programa de estudios sería equivalente a que presentaran examen de admisión…”. Dados los antecedentes y el perfil de esos estudiantes, lo previsible es que muy pocos o ninguno superara la prueba y pudiera seguir adelante hasta graduarse. Es palabras de Rangel, “la maestra sabía de antemano que no iban a soportar el ritmo, el tren de avance”.[2] También estaba plenamente consciente la maestra de que en la creación del Grupo Piloto y en sus progresos estaría la clave del “experimento académico y también social” que se quería emprender. Y el principio de ese experimento estaría en la integración de dicho grupo piloto. Ésa fue la razón por la cual la maestra Meyer se involucró personalmente tanto en el reclutamiento de los alumnos por medio de la promoción, así como en su selección. Uno de los integrantes de esa primera generación, Ernesto Bolaños, recuerda al respecto que exactamente de 100 candidatos de preparatoria que se reclutaron, hicieron examen y fueron entrevistados únicamente se admitió a 15 de los cuales 12 consiguieron graduarse.[3] Es también importante constatar que don Rodrigo Gómez del Banco de México estaba perfectamente informado sobre el asunto. En julio de 1958 ese funcionario confirmó en el Consejo de Administración que la licenciada Consuelo Meyer, “economista del Banco”, estaba contribuyendo al “mejoramiento… de la Escuela Piloto de Economía de la Universidad de Nuevo León…”.[4]
En el libro del profesor Ernesto Bolaños se habla de que en abril de 1958 la maestra Consuelo Meyer presentó a la consideración del director de la Facultad, Ramón Cárdenas, un documento con una comparación minuciosa entre el plan de estudio vigente –que se había diseñado con inspiración en el de la escuela de economía de la unam– y el que se pensaba proponer dentro de la reforma de la Facultad. La finalidad de ese ejercicio fue la de analizar en cuál medida en el nuevo programa podrían revalidarse materias a los alumnos que habían estado matriculados desde 1957. Según Bolaños, ese documento comprobó que esa posibilidad era prácticamente nula por dos razones. La primera era que varias de las materias incluidas en el programa inicial –como Sociología o Nociones de Derecho– no quedarían incorporadas en el nuevo programa. Segunda, aunque materias consideradas en el programa original tenían el mismo título que otras que se incorporarían en el nuevo programa no existía coincidencia alguna en cuanto a los contenidos. Éste era el caso, por ejemplo, de Matemáticas y Economía en el primer año e Historia Económica y Geografía Económica en años lectivos posteriores.[5] Así, a los pocos meses el rector Roberto Treviño designó una comisión para que preparara el proyecto definitivo de plan de estudios que quedó integrada por el director Cárdenas, por un profesor de nombre Federico Pérez Flores y por la maestra Meyer todavía en su calidad de asesora técnica de la Facultad de Economía. Ese programa de estudios en cuya preparación muy posiblemente la maestra tuvo la voz cantante, se presentó a la consideración y fue aprobado por unanimidad en el Consejo Universitario en sesión que se celebró el 15 de agosto de 1958. Y ya formalizado el proyecto de reforma, poco tiempo después –en octubre de ese año– el Consejo Universitario aprobó un oficio de la Junta Directiva de la Universidad a fin de “solicitar al C. Gobernador del Estado que el nombramiento de Director de la Facultad de Economía reca(yera) en la persona de la Srita. Consuelo Meyer”. En el mismo oficio se solicitó la designación como Director Honorario de esa Facultad en favor del señor licenciado Daniel Cosío Villegas “en atención los eminentes servicios que ha prestado y puede seguir prestando a esa Facultad de Economía”.[6]
No hay duda de que el historiador Cosío Villegas participó en la elaboración del nuevo plan de estudios de la Facultad y que también colaboró a que tuviera difusión para que ganara prestigio y reconocimiento. En otras palabras, es altamente probable de que la idea de publicar ese programa en la revista El Trimestre Económico haya provenido del propio Cosío en la calidad que tenía de su fundador o al menos que haya interpuesto su influencia para que encontrara cabida en sus páginas en la edición de octubre-diciembre de 1958. Del texto correspondiente que se publicó en la sección de documentos lo que cabe destacar son los pasajes relativos al proyecto de excelencia que se había deseado crear. Por ejemplo, la finalidad de la Facultad con su nuevo programa de estudios sería la de “modernizar y elevar el nivel académico de la enseñanza de la Economía en México”. Una expresión de esa aspiración de excelencia dependería “de la favorable relación que se establecería” entre maestros y alumnos. El programa permitiría que en todo tiempo la planta de profesores pudiera atender “en forma individual los problemas académicos de los alumnos” y les pudiera proporcionar de manera permanente “una orientación eficaz, tanto en lo relativo con las dificultades que pueda presentar la enseñanza, cuanto en lo que se refiere a cuestiones de adaptación o de carácter profesional”. También el énfasis que se puso en la importancia de la biblioteca, de la lectura de textos originales por parte de los alumnos, de la necesidad de que aprendieran el idioma ingles en forma efectiva y de la orientación a la investigación hablaba de un proyecto especial en cuya preparación no se habían escatimado esfuerzos. Respecto de esto último, “la preparación de trabajos escritos, especialmente sobre temas de investigación, [sería] objeto de cuidadosa asesoría que se extremara cuando el alumno inicie la elaboración de su tesis profesional”. Otro elemento de novedad rumbo a la excelencia fue el principio de tener profesores de reconocida capacidad y de tiempo completo al menos para los cursos básicos del plan de estudios, además de un método de enseñanza más proactivo capaz de desarrollar en el alumno “las aptitudes para el análisis, la crítica constructiva y la formulación de juicios independientes, tan necesarios dentro del cuadro de una preparación profesional cuyo fin es la correcta aplicación de principios teóricos a la solución de problemas concretos que en la realidad se dan en circunstancias únicas”.[7]
En sus dos primeros años el nuevo programa de estudios procuraría dar a los estudiantes los conocimientos fundamentales para formar a economistas de primer nivel: “pocos cursos pero que se impartieran con toda profundidad”. De ahí la idea de que en el primer año se cursara únicamente Introducción a la Economía, Matemáticas para Economistas e Introducción a la Estadística y Contabilidad para Economistas y en el segundo el siguiente curso de Matemáticas para Economistas, además de Teoría Económica (primer curso), Estadística Económica y Geografía Económica. La parte más innovadora en el programa para esos dos primeros años –y posiblemente también la más original– estuvo en el curso que después obtuvo celebridad: Evolución de la Civilización Contemporánea. Es bastante probable que en la incorporación de ese curso al programa haya estado la influencia de Cosío Villegas con su inclinación y preferencia por los asuntos humanísticos en la civilización. ¡No podrían formarse economistas de excelencia sin una base sólida de cultura universal! Ese curso se creó con inspiración en el que impartía en la Universidad Columbia de Nueva York el profesor Savell. Su puesta en marcha en la unl fue una de las mejores demostraciones de la pasión y entrega ilimitada con las que se trabajó para establecer una escuela de excepción. En cuanto al objetivo de dicho curso, la propia Maestra Meyer escribió en el prólogo alusivo sobre la necesidad de procurar el desenvolvimiento intelectual de los estudiantes mediante la práctica “de estudiar los temas del curso para debatirlos en clase”, abandonando el papel “puramente pasivo tradicionalmente desempeñado en nuestras escuelas” y asumiendo una actitud activa manteniéndose alerta “para seguir el giro que toma la discusión, para identificar la idea o el principio organizador de una teoría o para relacionar hechos o ideas aparentemente distantes, a fin de aducir un argumento o descubrir una inconsecuencia lógica en el razonamiento de un opositor”. La singularidad de ese curso dependería de la preparación de materiales que los alumnos deberían leer antes de las sesiones y esa idea llevó a la edición de los 24 volúmenes con los que finalmente se conformó la bibliografía correspondiente. Pero la senda para llegar a esa meta editorial fue larga. Así, en un principio, únicamente para echar a andar el curso en el primer año lectivo, tuvieron que traducirse y editarse con el apoyo de El Colegio de México en la capital del país más de 70 textos y en particular doce ensayos especialmente relevantes. Todos esos materiales se entregaron con oportunidad a los alumnos para lo cual se imprimieron en un pequeño mimeógrafo de la Facultad. Poco más adelante, concretamente en 1961, se creó el comité editorial para ese curso que estuvo encabezado por el profesor de la materia, Arthur Corwin, y de cuyos trabajos la maestra Meyer se manifestó años después un tanto decepcionada en razón de que esperaba de ese proyecto mayor proyección y todavía en 1993 pensaba que tenía una potencialidad que podría impulsarse más.[8]
¿Era viable el audaz proyecto que se quería implantar en la escuela de economía de la Universidad de Nuevo León? La economista Meyer no lo sabía a ciencia cierta y mucho menos las demás personas que estaban involucradas en ese experimento sin precedentes en México. Pero ya embarcados en la aventura, había que hacer la prueba. La llave maestra –el termómetro para verificar la viabilidad– residiría en el desenlace que tuviera el Proyecto Piloto. Parte del importante experimento residiría en el problema del grupo de la escuela nocturna para los profesores normalistas. Para la maestra el reto correspondiente –ahora queda claro– era de tipo político: que el manejo de dicho grupo no fuera a detonar un conflicto universitario que desembocara en el aborto del programa reformista. Así, para reducir aún más la probabilidad de que se produjera ese resultado, en agosto de 1958 todavía se permitió el ingreso al turno nocturno de 28 estudiantes adicionales que se sumaron a los 30 que ya provenían de la generación inaugural de 1957. Cursarían, ya se ha dicho, el mismo programa que los alumnos del Grupo Piloto que seguiría un turno matutino y tendrían también los mismos maestros. ¡No podrían llamarse a engaño! Se les ofrecería la misma oportunidad de concluir su licenciatura y graduarse que a todos los demás estudiantes que pudieran ingresar a esa Facultad. La clave del experimento residía, debe ser claro, en la muy reducida probabilidad de aprobación que tendrían –desde luego, mucho más reducida de entrada que la que tendrían los alumnos de la escuela diurna, que se sujetarían a un proceso de selección realmente riguroso–. Y a fin de darle toda la formalidad legal requerida al grupo del turno nocturno, en su sesión del 15 de agosto de 1958 el Consejo Universitario acordó que se concedería por una sola vez “a los aspirantes a ingresar al primer año de la Facultad de Economía, tener como equivalente de los estudios de Bachillerato los estudios de Normal Superior con el objeto de estimular a quienes quieran estudiar esta carrera y además se les exime del pago de las cuotas escolares por el presente año”.[9]
El proyecto de excelencia académica concebido por la maestra Meyer requeriría de profesores de tiempo completo al menos para las materias principales, pero la maestra estaba también consciente de que sería imposible conseguir esos profesores en México. Se abrió así la opción de contratar a profesores del extranjero y en opinión de uno de los fundadores de la Facultad, el maestro Genaro Salinas, esa idea se concretó en la política de “los maestros en dólares”. La ironía de la expresión revela una cierta miopía con resentimiento al desdeñar el inmenso privilegio que implicaría poder contratar profesores extranjeros, muchos de ellos del primer mundo, que ayudaran a introducir en México las mejores prácticas académicas dignas de las universidades más prestigiadas del orbe. Así, para el año académico inicial del Grupo Piloto se pudo contratar al primer profesor extranjero: el doctor Arthur Corwin para que impartiera el curso de Evolución de la Civilización Contemporánea y para el segundo año llegaron a la Facultad el doctor Calvin Blair para impartir Teoría Económica y la profesora argentina Julia Puente para impartir Estadística Económica a la vez de William Winnie para Geografía Económica. Asimismo, mientras que en el tercer año el curso de Moneda y Banca estaría a cargo de la propia maestra Meyer, para impartir Teoría Económica llegó de la Universidad de Chicago el economista chileno Leoncio Durandeau además del doctor Cannegetier para Metodología y Práctica de la Investigación Económica. Y en ese mismo sentido, los contactos dejados en Chile por la maestra Meyer también facilitaron que llegara a la Facultad otro profesor de esa nacionalidad que dejó una grata impresión académica en todos sus alumnos: el economista Dominique Hachette –Relaciones Económicas Internacionales, Finanzas Públicas y Problemas Económicos de México– además del brasileño Fernando Reis –Problemas Teóricos del Desarrollo Económico– y el holandés Ingolf Otto –Historia de las Doctrinas Económicas–.
Y la pinza debió cerrarse con los alumnos del Grupo Piloto y también del grupo nocturno, a los que deberían dar clase los maestros mencionados. Sorprendentemente, en los libros sobre el tema se presta poca atención al proceso de promoción y reclutamiento de candidatos que necesariamente precedía a la selección propiamente dicha. El tema merece más análisis pues sin un reclutamiento amplio y de calidad habría sido imposible realizar la selección de alumnos que se necesitaba para un programa académico de excelencia. Al respecto recuerda Cesar Rangel, alumno del Grupo Piloto, que a la preparatoria de la que estaba a punto de egresar en Monterrey llegó la propia profesora Meyer para encargarse de reclutar candidatos a la licenciatura que se estaba impulsando. Según Rangel, “la exposición fue muy motivadora… le gustó mucho la presentación que hizo la maestra”. En particular lo enganchó la convocatoria en el sentido de que “¡había que hacer algo por las grandes mayorías de México!”; “había que resolver muchos problemas, hacer planes útiles, ayudar al país”. Según Rangel, ese discurso “tan bien armado… tan motivador, cayó en él como semilla en tierra fértil”. Inmediatamente salió convencido de esa reunión de que “iba a estudiar Economía”. Averiguó los pasos que se tenían que dar, y primero presentó el examen de aptitudes por escrito y hasta ese momento era tan sólo “uno entre cientos de aspirantes”. La experiencia era poco conocida en Monterrey: se trataba de la única escuela de la unl que “ponía examen de admisión”. Pero esa sensación de tan sólo formar parte de una masa se diluyó cuando vino la entrevista personal con la propia maestra Meyer. “¿Para qué quiere estudiar economía?” Respuesta: “para ayudar a la gente… soy hijo de obrero y quiero ayudar a los trabajadores”. Poco después se enteraba el preparatoriano Rangel que había sido admitido a la licenciatura de economía de la unl y según su testimonio “ese fue el momento mágico que definió su futuro…”.[10] Pocos años después, el economista Everardo Elizondo de la tercera generación de egresados tuvo también una experiencia semejante en ciudad Victoria, Tamaulipas. La experiencia se derivó a raíz de la visita que hizo a la preparatoria de que egresaba el director de la escuela de economía de la unl, Eduardo Suárez, para invitarlos, también con una presentación muy bien hecha, a que se enrolaran como alumnos en un programa de excelencia para estudiar la carrera de economía.[11]
De hecho, la parte motivacional –aunque de naturaleza intangible– siempre tuvo una gran importancia en la instrumentación de aquel proyecto académico. Y es también altamente probable que la maestra Meyer estuviera explícitamente consciente de dicho aspecto y que lo impulsara de manera deliberada. Así, tal vez por el carácter experimental que se le otorgó al Grupo Piloto en su caso se puso un énfasis especial en el aspecto de la motivación grupal e individual. En ese orden, el profesor Rangel recuerda que durante las primeras etapas de esa primera generación la directora Meyer consiguió que el prestigiado economista Víctor Urquidi viniera a la Facultad a dictar una conferencia teniendo como audiencia principal precisamente los alumnos. Evoca Rangel que en general “entendieron muy poco de esa plática que tuvo por tema la integración económica de América Latina, pero que de todos modos se sintieron muy atendidos y tomados en cuenta por el privilegio de haber escuchado a Urquidi en persona”. Y, además, al menos desde el punto de vista de la motivación, lo más importante vino después. Con gran cortesía y paciencia, ya en el patio después de la presentación, Urquidi en rueda con los estudiantes empezó a platicar con ellos. Uno a uno les fue preguntando a qué se querían dedicar después de que se graduaran como economistas. Y al concluir la ronda aquel economista les hizo a aquellos estudiantes novatos una premonición que con los años se convertiría en profecía: “todos ustedes van a tener grandes oportunidades profesionales, van a poder trabajar no sólo en México sino en organismos con sede en distintas partes del mundo, van a tener posibilidad de viajar mucho… Sólo les pido que nunca olviden su vocación de servicio, que nunca pierdan su compromiso con México, que se conduzcan invariablemente con rectitud intachable”.[12] La idea de las conferencias tuvo una acogida favorable en la Facultad y el profesor Bolaños habla de que en el ciclo escolar 1962-63 se organizó un ciclo de pláticas dentro del cual vinieron a disertar a la Facultad personalidades como André Carrigou-Lagrange profesor, decano de la Universidad de Burdeos; Inge Seip, experto noruego en programación regional; y el propio Urquidi de la cepal con sede en México.[13] Por cierto que entre esos conferencistas estuvo el economista Emilio Mujica Montoya, director de la Facultad de Economía de la unam, de quien no se sabe si estuviera enterado de las críticas que solía externar la maestra Meyer respecto de esa escuela de la cual era egresada (tal vez por desgracia personal).
Ya se ha dicho que la maestra Meyer estuvo siempre convencida de que la excelencia académica necesariamente tenía que apoyarse en la selectividad. En el caso de la licenciatura en economía de la unl, ese principio se hizo bien explícito desde que empezó el programa y algo todavía mas importante: se puso en ejecución con toda firmeza, con la mayor disciplina posible. Así, recordaba Cesar Rangel de la primera generación, que de aproximadamente una centena de solicitantes únicamente fueron admitidos 15 estudiantes para el Grupo Piloto. “A fin de cumplir con lo que se esperaba de nosotros en nuestra calidad de estudiantes con beca teníamos que prácticamente estar todo el día en la Facultad, nos volvimos muy amigos… formamos prácticamente una cofradía de mosqueteros académicos que subsistió unida toda la vida, aunque por distintas razones no todos terminaron… Siempre hay deserciones y en el caso de esa primera generación, de 15 admitidos logramos terminar 12”.[14] Pero a la política de selección había también que sumar la relativa a un alto nivel de exigencia en los estudios. El profesor Ernesto Bolaños escribió al respecto que en el primer año de actividades la tasa de deserción en el Grupo Piloto fue de 6 por ciento, en la Escuela Nocturna de 50 por ciento y en el llamado grupo regular (de nuevo ingreso) dentro de la Nocturna la deserción resultó del 67 por ciento. En consecuencia, dados el nivel de exigencia y la alta deserción, las autoridades decidieron cerrar la escuela nocturna y sólo a los alumnos más destacados se les permitió seguir matriculados en el turno matutino. Así, como consecuencia de la alta deserción para el ciclo escolar 1959-60 la población escolar había descendido a 51 alumnos de los cuales 27 cursaban el primer año y 24 el segundo. Con todo, al concluir el ciclo la deserción todavía resultó del 25 por ciento para los primeros y 17 por ciento para los segundos.[15] Y es lógico que esta política de selección le causara a la maestra Meyer diversas fricciones que fueron imposibles de evitar.
En su libro, el profesor Bolaños habla del que quizás haya sido el conflicto más serio que enfrentara la maestra Meyer durante su periodo al frente de la Facultad. Éste se suscitó durante el ciclo escolar 1961-62 y no tanto por el rechazo de un solicitante que había querido ingresar a la carrera sino por la inconformidad de dos alumnos que al ser incapaces de conservar el nivel académico exigido para tener reinscripción lograron que estallara un escándalo que trascendió al campus universitario llegando hasta el propio despacho del gobernador del Estado. El caso revistió gravedad pues los quejosos intentaron politizarlo buscando un apoyo amplio de estudiantes de la Universidad, fueran o no de la Facultad de Economía. El problema fue llevado por la directora Meyer ante el Consejo de la Facultad de Economía obteniendo de ese órgano colegiado un apoyo irrestricto a su causa y así se le hizo saber al rector en una carta oficial que se le envió. El caso se llevó también al Consejo Universitario obteniendo también de este órgano el respaldo a la directora de la Facultad. Tal vez lo que politizó en definitiva el conflicto e involucró en su solución al gobernador del Estado fue que uno de los estudiantes rechazados interpuso una demanda de amparo contra la negativa de readmisión ante el Juzgado de Distrito de la ciudad de Monterrey. Finalmente, en la solución del problema fue fundamental la intervención del intelectual Daniel Cosío Villegas en su calidad de Director Honorario de la Facultad. Así, con apoyo en su gran prestigio intelectual y en el hecho fortuito y afortunado de que el conocido historiador tenía lazos de amistad con el gobernador Raúl Rangel Frías, escribió a éste una carta que a final de cuentas resultó determinante. En dicha misiva Cosío cuestionó que cómo era posible que unos alumnos indolentes pudieran truncar la muy valiosa labor que la maestra Meyer realizaba en beneficio de la entidad.[16] Y en el ciclo escolar anterior esa directora ya había también echado su cuarto a espadas en defensa del proyecto que abanderaba. El problema se presentó cuando en la Junta Directiva de la Facultad se discutía la propuesta de Reglamento para esa escuela, misma que seguramente había sido redactada por la maestra Meyer. La discusión surgió cuando se analizaba el artículo quinto que contenía los requisitos para poder ser director de la Facultad y que en el proyecto de la directora establecían que el candidato tuviera el grado académico de doctor en Economía. Ante las opiniones contrarias o de duda por parte de algunos de los asistentes a la sesión vale la pena escuchar los argumentos que esgrimió la directora Meyer:
“Es necesario garantizar que los destinos de la Facultad no queden en manos de persona inepta, para salvaguardar la posición de la Escuela Piloto que esta Facultad pretende mantener a lo largo de toda su existencia. En consecuencia, es menester asegurarse de que intereses ajenos a los puramente académicos no traten de controlar la Facultad y desviarla de sus altos fines. Aunque es cierto que ahora no hay en el país muchas personas que pudieran llenar los requisitos que se exigen, también lo es que la redacción del presente Reglamento mira fundamentalmente al futuro, en el que se espera que alumnos egresados de esta propia Facultad puedan capacitarse posteriormente para obtener el doctorado”.[17]
Parece conveniente tratar de evocar en este espacio las incertidumbres que deben haber aflorado en su momento por la necesidad de sacar adelante al Grupo Piloto. En que se lograse sacar adelante a ese grupo residía la clave del futuro del proyecto. Ello, en razón del carácter experimental que se le había conferido. La maestra Meyer seguramente estaba consciente de que en ello residía la comprobación de la viabilidad del proyecto y que al quedar asegurada la continuidad de ese grupo se encendería la luz verde para que el programa pudiera seguirse empujando con total decisión. El proceso fue gradual y por ello con el transcurso de los primeros ciclos escolares, de una forma casi imperceptible, poco a poco ya no se le fue llamando grupo piloto sino tan sólo primera generación de estudiantes. Desde luego, en ese reto estuvo incluido el problema de los alumnos de la escuela nocturna que finalmente se resolvió de una manera selectiva seguramente con el agrado personal de la directora Meyer: ello en la medida de que tres de esos alumnos lograron superar con éxito los filtros que se habían establecido consiguiendo llegar a la graduación final. Para esas personas, que originalmente eran maestros normalistas, un reconocimiento en estas páginas: María de la Luz Aguilar, Raúl Dávila Álvarez y Jesús Rodríguez Muro a quien sus compañeros de la primera generación apodaban, tal vez en razón de que era de mayor de edad, “el abuelo” o “la momia”.[18] Y así, con el alivio de tener resuelto el caso del Grupo Piloto la directora Meyer pudo ya poner toda su atención en seguir impulsando los muchos aspectos del proyecto que requerían de avance. Entre esos aspectos sobresalían las cuestiones relativas a reglamentación, continuar adaptando y ajustando el programa de estudios, enriquecer la planta de profesores, mejorar y afinar los apoyos académicos, fortalecer el proyecto de la biblioteca, promover la investigación y seguir trabajando en el tema de los apoyos financieros a la Facultad. Como se aprecia, la agenda de trabajo estaba cargada de pendientes.
En la visión panorámica de Consuelo Meyer para establecer una escuela de economía de excelencia estuvo siempre presente el tema de la investigación. Así, la propuesta para crear una unidad de investigación paralela a la Facultad se presentó a consideración del Consejo Universitario el cual la aprobó en una sesión de febrero de 1960. Como prueba de la importancia del evento, la inauguración del Centro de Investigación Económica (cie) fue encabezada por el propio gobernador de Nuevo León, Raúl Rangel Frías, y en ese acto dos alumnos de la primera generación presentaron los resultados de un esfuerzo pionero que se había emprendido para levantar una encuesta de ingreso-gasto para la ciudad de Monterrey. No se sabe si la idea de que el cie fuera relativamente independiente de la Facultad fue de la directora Meyer, pero sí se ha atribuido a su inspiración que los estudios que se emprendieran en el cie tuvieran principalmente un enfoque regional y tuvieran como prioridad estudios relativos a “la estructura y el funcionamiento de la economía del noreste de México” que comprende a los estados de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila. Tal vez también haya sido intención de la directora Meyer que se le diera la mayor institucionalidad posible al cie y por ello en el Consejo Universitario se acordó que el órgano estuviera presidido por un Consejo Directivo que estaría presidido por el rector de la Universidad y se integraría también con un profesor que sería designado por la Junta Directiva de la Facultad de su claustro docente. A las reuniones de ese Consejo Directivo debería siempre asistir el director del cie que tendría en el mismo voz, pero no voto. Por su parte, el director del cie sería nombrado por el Consejo Universitario a partir de una terna que propondría el Consejo Directivo de la Facultad. Así, como lo apunta en su libro el profesor Bolaños, su “organización daba mucha independencia al cie con respecto a la máxima autoridad unipersonal de la Facultad”. Sin embargo, por su gran reputación intelectual y personal las opiniones de la directora Meyer eran usualmente atendidas en el cie y según Ernesto Bolaños otro de sus grandes aciertos fue el de poder decir con certeza cuáles profesores deberían especializarse en la docencia y cuáles enfocarse a la investigación.[19] Un dato adicional de importancia para esta historia es que el primer director que tuvo el cie y que permaneció en ese cargo por muchos años fue el economista del Banco de México, Manuel Rodríguez Cisneros. Egresado de la unam, “se dedicó de tiempo exclusivo a organizar las actividades del Centro y logró grandes avances” y logros no únicamente en su primer año de gestión sino a lo largo de todo el periodo 1960-64.
La cuestión del género –o como se dice en la actualidad, de la cuota de género– se puso en evidencia al revisar, tan sólo a vuelo de pájaro, la integración de las primeras generaciones de alumnos de la Facultad de Economía de la unl. Únicamente en la primera de esas generaciones, la del llamado Grupo Piloto, hubo dos damas: la ya mencionada y originalmente profesora normalista María de la Luz Aguilar y Estela Fajardo quien, incidentalmente, después de realizar estudios de posgrado en Chile –posiblemente en la Universidad Católica– fue contratada por el Banco de México en donde desarrolló prácticamente toda su carrera profesional hasta jubilarse de la institución. De hecho, la cuota de género en la Facultad empezó a cubrirse de manera espontánea con el caso de la maestra Meyer quien de hecho fue la única mujer en ocupar la dirección de la Facultad al menos durante sus primeros cincuenta años de existencia. Y desde luego, en esa cuota entra también el caso de profesoras que participaron como docentes en esas épocas iniciales de la Facultad. Así, al Grupo Piloto además de la profesora Meyer (Inglés segundo curso y Moneda y Banca) les dio la clase de Estadística Económica en su segundo año escolar la profesora Julia I. Puente de nacionalidad argentina. La segunda generación tuvo como profesora de inglés a la maestra Kitty Cranford y en el cuerpo docente de la Facultad permaneció por algún tiempo la profesora Puente ya mencionada. Pero volviendo al caso más numeroso de las alumnas ya se señaló que formaron parte de la primera generación María de la Luz Aguilar y Estela Fajardo y en la segunda y tercera estuvieron, respectivamente, Zoila Guerrero, Irma Torres y Silvia Urquijo y Carlota Vargas Garza. En las generaciones cuarta, quinta y sexta se matricularon y consiguieron recibirse Blanca Estela Covarrubias, Hilda Rosario Dávila y Diana Villarreal; Haydee Ahues, Enriqueta Cepeda, Rosa Albina Garavito y María Concepción Hinojosa y también Amelia Arriaga, Bertha Dalia Dávila, Blanca Estela Garza, María Elia González y Dora Elvia Gutiérrez.[20] La profesora Guadalupe Martínez de la generación 1967-72 explica en su libro que su relación personal con la Facultad se inició en 1961 cuando su hermano Sergio decidió estudiar la carrera de economía. Por ese conducto empezó a involucrarse “con la Facultad al asistir a los eventos que allí se realizaban tanto de tipo académico como sociales” y también logró conocer “a buena cantidad de los alumnos de las primeras generaciones…”. De esa forma, en el momento en que tuvo que elegir su futuro profesional no dudó en inscribirse en la carrera de economía “aunque su familia opinaba diferente pues sabían que eso implicaría largas horas de estudio al ser considerada esa carrera como una de las más difíciles en la Universidad”.[21]
Otra línea de actividad en la cual la directora Meyer realizó un trabajo verdaderamente efectivo y sobresaliente fue en cuanto a la gestión de apoyos financieros y técnicos. Esta tarea que requirió de ella talentos para la diplomacia y las relaciones públicas de ninguna manera habría tenido los resultados favorables que tuvo si no hubiera estado de por medio un proyecto de verdadera excelencia académica. En cuanto a la política que debía servir de guía para esas actividades, la maestra Meyer explicó al rector José Alvarado “que ningún organismo internacional o fundación extranjera puede comprometer fondos por tiempo indefinido”. Tampoco convenía “a ninguna institución nacional recibir subsidios permanentes que inhiban su propio espíritu de iniciativa”. El llamado estaba así muy claro: la Universidad debería ir absorbiendo gradualmente una proporción mayor del presupuesto de la Facultad. Para tal fin, debería trabajarse intensamente para ir preparando al personal técnico requerido para sostener el nivel de calidad prestablecido a manera de que pudiera tenerse ese personal “a un costo más moderado que el actual, pero financiado totalmente o casi totalmente por la Universidad de Nuevo León”. Con todo, cabe destacar los logros conseguidos en este ámbito durante la etapa de despegue de la Facultad. Por ejemplo, la maestra logró conseguir un apoyo de Nacional Financiera para la contratación de un profesor especializado en Estadística (Julia I. Puente). Por su parte, el programa de ayuda que se consiguió con la Fundación Rockefeller se utilizó en lo principal para otorgar becas a los profesores que impartieran los cursos de Estadística Económica (Julia I. Puente y Romeo Madrigal), además de otra beca para la especialización del bibliotecario y el resto se aplicó a la adquisición de libros y revistas. Asimismo, el programa de ayuda técnica que se obtuvo de la unesco se aplicó a la contratación de dos profesores para reforzar la planta docente a partir de 1960 (presumiblemente, los chilenos Leoncio Durandeau y Dominique Hachette) además de un asesor técnico para el cie. En igual sentido, gracias a otro programa de asistencia técnica con el gobierno de Holanda llegó a la Facultad el profesor Ingolf Otto. De forma parecida, el gobierno de Estados Unidos a través de sus mecanismos de ayuda técnica y asistencia cultural envió a la Facultad a dos maestros destacados: uno para que impartiera Geografía Económica (William Winnie) y otro para Teoría Económica (Calvin Blair). Finalmente estuvo el caso de un donativo que se obtuvo de la Fundación Ford que se utilizó para complementar el sueldo de los profesores extranjeros, intensificar los trabajos del cie, adquisición de obras para la biblioteca y el programa de becas para los alumnos.[22]
Dada la claridad de visión que siempre mostró la maestra Meyer, es altamente probable que haya también tenido prevista la solución que se produciría para el problema de “los maestros en dólares”, como los llamó en algún momento Genaro Salinas, profesor fundador de la Facultad. Esa solución devendría del propio reciclaje de cuadros que necesariamente tendría lugar con el paso de las generaciones. Según Cesar Rangel que egresó del Grupo Piloto, “la maestra Meyer reiteradamente les inculcó el compromiso que tenían de en algún momento regresar a la Facultad en calidad de docentes”. Obviamente, eso tendría que suceder después de que lograran terminar sus estudios subsiguientes, algo que también tenía perfectamente previsto aquella directora. De hecho, muchos de aquella primera generación pudieron hacer estudios de posgrado gracias a la guía y a los contactos que la maestra había dejado en Santiago. Así, fue la propia maestra Meyer quien orientó a Rangel “para que se fuera al ilpes (Instituto Latinoamericano de Planeación Económica y Social) a estudiar un diplomado con una beca del bid”. Y siguiendo esa senda que en buena medida había trazado la directora Meyer, otros compañeros de aquella generación también se fueron a Chile a hacer posgrados: Jesús Puente Leyva se fue a la cepal, al igual que Eliezer Tijerina y Héctor de los Santos, al tanto que Alejandro Martínez se fue al celade y, como ya se ha dicho, Estela Fajardo se matriculó en la Universidad Católica. El cuadro se completa con Jesús Rodríguez Muro que partió a Estados Unidos a estudiar Geografía Económica en tanto Ernesto Bolaños se fue a la Universidad de Pennsylvania y Eduardo Suárez a la Universidad de Yale.[23] Lo notable es que a los pocos años algunos de ellos ya habían regresado a Monterrey y se encontraban impartiendo docencia en su alma mater. Se tiene así que para el segundo año de la generación 1959-64, Rodríguez Muro ya se encuentra impartiendo Geografía Económica, y la generación 1963-68 ya tuvo como docentes al propio Rodríguez Muro (Geografía Económica y Finanzas Públicas II) así como a Eduardo Suárez (Metodología), Puente Leyva (Teoría del Desarrollo Económico), Alejandro Martínez (Historia Económica de América Latina) y Ernesto Bolaños (Mercadotecnia).[24]
Cuando aquellos egresados de la primera generación regresaron a la Facultad a dar clases, puede decirse que el proyecto académico que había impulsado la maestra Meyer había quedado consolidado en lo fundamental. El Grupo Piloto que se integró con aquella primera generación había comprobado la viabilidad del plan de estudios que también venían siguiendo con éxito las generaciones siguientes. Se tiene así que cuando en el verano de 1963 estaba concluyendo la licenciatura la generación del Grupo Piloto, se encontraban siguiendo ese mismo programa, aunque desde el ciclo escolar 1962-63 ya con un calendario semestral, otras cuatro generaciones con un total de 75 alumnos, todos los cuales conseguirían graduarse. Al igual que el programa de estudios, hacia 1963 también la planta de profesores estaba en lo fundamental ya consolidada y cabe destacar el hecho de que algunos de los docentes de aquella época inicial permanecerían en la Facultad hasta su retiro definitivo, como fue el caso del maestro Leoncio Durandeau. El proyecto estaba en efecto consolidado y una expresión de esa madurez es que había quedado perfectamente codificado en el Reglamento de la Facultad de Economía que fue aprobado por la Junta Directiva en la primavera de 1960. En el orden administrativo los órganos de gobierno con sus respectivas funciones habían también quedado determinados con precisión: eran la Dirección de la Facultad, con competencias principalmente ejecutivas, y la Junta Directiva, con competencias deliberativas y decisorias. Por cierto que la integración de dicha Junta era una confirmación de convicciones democráticas ya que por reglamento formarían parte de ese órgano colegiado el director de la Facultad, todo el profesorado, “los jefes y personal técnico asesor del Centro de Investigaciones Económicas, la Biblioteca y la Sección Editorial”, además del secretario de la Facultad y tres representantes de la sociedad de alumnos. Por último, tanto la biblioteca como el cie y la Sección Editorial eran asimismo una expresión de la institucionalidad que se había logrado imprimir al proyecto. Y ése era el panorama de la Facultad cuando la directora Meyer anunció su retiro y partida de Monterrey hacia el otoño de 1963.
Tan la maestra Consuelo Meyer había ya tomado la decisión de separarse del proyecto de la Facultad cuando se graduara la primera generación que incluso hasta había seleccionado a quien debería ser su sucesor en la dirección de esa escuela. Lo encontró en un integrante de aquel memorable Grupo Piloto. Se llamaba Eduardo Suárez y encarnaba un caso muy singular. Suárez se había graduado previamente en la propia Universidad de nl de la carrera de Derecho en la cual se había ya manifestado como un estudiante sumamente brillante. Fue realmente una fortuna haberlo podido reclutar para que se inscribiera a la carrera de Economía en el programa de excelencia que trataba de impulsar la economista Meyer. Según el testimonio de uno de sus condiscípulos, ya desde estudiante la maestra había ubicado a Suárez por sus capacidades siendo el único del grupo a quien le brindara un elogio en público. Al concluir exitosamente la licenciatura y en buena medida impulsado por la propia directora, Suárez logró ser admitido en la Universidad de Yale para estudiar el doctorado. En el testimonio que dictara la maestra Meyer en 1993 confirmó que como un caso excepcional había conseguido del Banco de México una beca de larga duración –de cuatro años– para que Suárez obtuviera el doctorado en Yale, lo cual al final de cuentas no se pudo lograr por problemas personales de aquel alumno.[25] Cuando en alguna ocasión muchos años después acudió a la Facultad a dictar una conferencia el exsecretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog, aprovechó la oportunidad para recordar cómo al llegar a Yale se encontró ahí a otro estudiante mexicano, oriundo de Monterrey. Según Silva, “fue Suárez quien verdaderamente me enseñó Economía en Yale… en muy largas y generosa pláticas fue él quien me preparó realmente para tener éxito en ese programa y salir aprobado”.[26] La maestra Meyer lo sabía: con Eduardo Suárez en el timón el proyecto académico que había abanderado podría seguir avanzando por la senda que se había trazado. Así, la historia registra que Eduardo Suárez Galindo fue director de la Facultad de Economía de la Universidad de nl en el periodo 1963-65 y dos condiscípulos de su generación que ocuparon ese cargo fueron posteriormente Jesús Rodríguez Muro de 1966 a 1967 y Ernesto Bolaños Lozano en dos ocasiones: 1967-1971 y 1989-1992.[27]
Muy posiblemente, en su momento la directora Meyer debió haber recibido muchas peticiones –e incluso súplicas– para que continuara al frente de la Facultad liderando el ambicioso proyecto que ya estaba encausado. Pero su decisión de regresar al Banco de México –que la había comisionado para tan retadora tarea– había sido tomada de forma anticipada y con toda premeditación: no habría marcha atrás, la decisión se había tomado con total firmeza. Permanecería en ese timón “por cinco años, hasta que egresara la primera generación, plazo que consideró como el mínimo necesario para consolidar el proyecto educativo que ella impulsó”. La formalización oficial de su partida se dio mediante una carta que envió a la atención del gobernador, Eduardo Livas: “Los trabajos de la primera etapa de organización de la enseñanza de la economía en esta Casa de Estudios ha quedado cumplida”. La culminación de esa etapa de despegue había quedado marcada por el egreso de “la primera generación de economistas de las aulas de la Facultad”, además de haberse conseguido que maestros y miembros del personal administrativo tuvieran “la oportunidad de mejorar su preparación técnica”. Por tanto, señalaba la maestra Meyer al gobernador Livas, estaba segura de que en las manos en que quedara el mando que dejaba, “la Facultad de Economía y el Centro de Investigaciones Económicas alcanzarán elevados niveles de trabajo académico y técnico”. Por aclamación, la directora Meyer fue designada madrina de esa primera generación de egresados, tema sobre el cual el profesor Bolaños escribió unas líneas muy sentidas en su libro del año 2001. En el discurso que la maestra Meyer pronunció en la ceremonia de entrega de cartas de pasante expresó que además del honor de dicha designación debía a esos jóvenes de la primera generación “algo mucho más precioso, porque gracias a ellos… pude saber que es posible construir con la substancia de los sueños, y porque gracias a ellos también, en una época de la vida en que la experiencia suele inclinar en el desencanto, yo me he llevado de este hermoso valle, en múltiples formas renovadas, esas dos fuerzas que en pulido verso invocara el poeta: la fe que salva y la ilusión que alegra”.[28]
Es cierto que cuando la profesora Meyer partió de Monterrey la Facultad de Economía de la unl había quedado en lo fundamental consolidada, aunque eso no significaba bajo ningún escenario que podría seguir avanzando por inercia; es decir, sin el impulso decidido y activo de quienes tomaran la estafeta para continuar el proyecto. En ese periodo posterior a la directora Meyer fueron varios los avances dignos de recuerdo que se lograron. En el campo de la docencia, se concretó el reemplazo de los “profesores en dólares” por maestros de origen local, principalmente reciclados de la propia Facultad; se adoptaron tres variantes para la titulación de los estudiantes que concluían la carrera; por estrecheces presupuestales se pasó del sistema de becas estudiantiles al de pasantías; y por sobre todo se trabajó para afinar y adaptar el plan de estudios. A este respecto, durante el ciclo escolar 1964-65 se presentó a la consideración de la Junta Directiva de la Facultad un proyecto de reformas al plan de estudios que previamente había sido consultado con la propia maestra, con el economista Víctor Urquidi y con el egresado Eduardo Suárez. Más adelante, en 1968 el director Bolaños presentó un nuevo plan de estudios para la Facultad. Otra reforma muy importante se acordó en 1974, siendo director Francisco Maydon Garza, y consistió en la creación dentro de la Facultad de la escuela de graduados a cuya cabeza quedó un brillante egresado de la tercera generación, Everardo Elizondo. Del proyecto para que la Facultad contara con un edificio nuevo se empezó a hablar desde la gestión de Ernesto Bolaños en 1969 pero no se hizo realidad hasta casi una década después, concretamente en septiembre de 1977.[29] Y durante toda esa época no dejó de ponerse atención en la investigación y por lo menos durante algún tiempo el Banco de México brindó varios apoyos al cie. En el libro de Guadalupe Martínez hay un testimonio del director Rodríguez Muro en el sentido de que los apoyos del banco central a esa unidad consistieron “en un local en el segundo piso del edificio Morelos, ubicado en las céntricas calles de Juárez y Morelos, así como 10 000 pesos mensuales para cubrir durante el año 1961 los pagos de luz, agua y todo lo que fuera necesario… Los apoyos tanto de las fundaciones como del Banco de México habían sido obtenidos por la señorita Meyer”.[30]
Eventualmente, unas amenazas muy serias de contaminación se cernieron sobre los alumnos de la Facultad de Economía –sobre “los muchachos de la maestra Meyer”– hacia la segunda mitad de la década de los setenta. Dos fueron las pócimas que dieron lugar a ese fenómeno de intoxicación, apareciendo la segunda de ellas como mucho más venenosa. La sublevación contra el orden establecido por parte de una generación intolerante, levantisca, disruptiva y desafiante fue un fenómeno mundial. La principal aunque no la única manifestación de esa actitud de desafío fueron los movimientos estudiantiles que afloraron en la época en muchas latitudes con una coincidencia sorprendente de agravios y demandas. Que se suscitaran esas manifestaciones en universidades de Estados Unidos se atribuyó al peligro que significaba para la vida de los jóvenes la posibilidad de morir en la guerra de Vietnam. ¿Pero por qué estallaron también movimientos estudiantiles violentos en Europa y América Latina si en los países de esos continentes no había amenaza de guerra? La respuesta es que había un sentimiento común en los jóvenes de esa generación que se asomaban a la vida y exigían mayores libertades. Ése era, si se quiere, el común denominador de una actitud que más que circunstancial era de naturaleza generacional. El segundo componente de intoxicación era de otra esencia: ideológica o doctrinal. La ideología marxista ya había seducido a muchos representantes de otras hornadas anteriores a los que habían nacido entre 1935 y 1950 pero difícilmente esa seducción se dio en una forma tan intensa y abrazadora. En muchos jóvenes de aquella promoción, que ya de por sí venían nimbados de una actitud de irreverencia, la ideología de izquierda se asumió en una forma semejante a profesar una religión.
El tema de las generaciones ha sido abordado en muchas latitudes y para estudiar distintas circunstancias con base en el llamado enfoque generacional de la inspiración del filósofo español José Ortega y Gasset. A ese respecto el historiador Enrique Krauze se hace la pregunta: ¿existen las generaciones? Muchos pensadores así lo han creído y han utilizado el enfoque con fines analíticos. El propio Krauze así lo hizo para estudiar el desarrollo de la cultura en México. En ese trabajo explica que con la generación de 1968 “lo que se compartía en los sesenta no era una aventura o una conquista sino una negatividad, una cultura de protesta… La Generación del 68 nace a la vida pública en un momento defensivo, de cerrazón y clausura”.[31] Es muy posible que haya sido en razón de que se trató de un fenómeno global de tipo generacional que el movimiento estudiantil que se formó en Monterrey en el año de 1968 involucró a la totalidad de la Universidad de Nuevo León y no únicamente a los alumnos de la Facultad de Economía. Sin embargo, el profesor Bolaños atribuye que muchos de los líderes de ese movimiento hayan provenido de la Facultad de Economía a que mostraban “una madurez por encima del promedio de sus compañeros universitarios…”. Tal vez habría que agregar a esa razón que por su especialidad profesional tenían mayor acceso a la literatura de izquierda con su mensaje de convocatoria a “la violencia como partera de la historia”. Para el director Rodríguez Muro ese liderazgo tenía origen “en el gran programa de becas con el que contaba la Facultad, además de las ayudantías que consistían en ser laboratorista y asistir al maestro cuando éste lo requería. Las personas mencionadas eran académicamente buenos estudiantes”.[32] Pero el hecho duro es que en esa época “los alumnos desarrollaron un nivel de politización cada vez mayor de modo que su participación trascendió los asuntos meramente académicos…”. Y el movimiento así creado tuvo repercusiones sobre la Universidad de Nuevo León. En ella, “al igual que en otras del país, un grupo cada vez mayor de alumnos y profesores participó en un movimiento a favor de la autonomía y el pase automático a preparatoria y carrera… la intervención de la fuerza pública en la misma, el derecho a la huelga” etcétera.[33]
La mezcla de activismo e ideología resultó explosiva para aquella generación. Muchos de los activistas del 68 de la Facultad de Economía de la unl se comprometieron incluso en movimientos sociales de alcance nacional e internacional. Para el profesor Bolaños “las universidades fueron escenario de las luchas ideológicas de esa época, con las cuales simpatizaron no pocos alumnos y algunos maestros de la de Nuevo León”, participación que incluso los llevó “a poner en riesgo sus vidas”. El punto a resaltar aquí es el de las implicaciones que tuvo esa circunstancia de conmoción sobre la Facultad de Economía y en particular sobre el proyecto de excelencia académica que con tanto esfuerzo había implantado la maestra Meyer. Los peligros fueron muy elevados y no por casualidad, desde el momento en que se hablaba y se presionaba con mucha insistencia en favor de la idea de la “universidad popular”. Según Bolaños, en la Facultad se dio una polarización de las fuerzas políticas que se agruparon en las tendencias llamadas de “derecha” e “izquierda”. En particular, la corriente de izquierda “planteaba un cambio radical en la formación del economista, la oposición a la economía neoclásica y la aceptación de la denominada economía política (marxista); asimismo sostenía que la economía que aprendían era de orientación burguesa y no en defensa de los más desvalidos”. Así, el activismo en la Facultad en nombre de esas ideas fue muy intenso y en muchos casos “no fueron pocas sus posiciones de intransigencia al solicitar la destitución de algún maestro”. En suma, evocaba el profesor Bolaños, “los alumnos defendían con vehemencia sus posiciones, aunque no en todos los casos predominaron los intereses académicos”. Particularmente, en ese año álgido de 1968 afloró una de las situaciones más delicadas que vivió la Facultad pues los alumnos “en solidaridad con los trabajadores de la Universidad entraron en huelga y tomaron el edificio de economía”.
Los episodios de enfrentamiento fueron muchos y reiterados y las amenazas sobre la Facultad y el proyecto académico que abanderaba se mantuvieron vivas durante varios años. Lo importante aquí es rescatar o quizá tan sólo recordar cómo fue que se salvó de sucumbir ante tantos embates. El profesor Bolaños rememora que uno de los argumentos de defensa fue el propio otorgamiento de la autonomía a mediados del año 1971 al esgrimirse que sí ya se les había concedido que la Universidad fuera autónoma ya no tenían razón para inmiscuirse en los asuntos de las facultades. Un paso muy importante al respecto se dio en noviembre de 1972 a fin de “limitar al mínimo las suspensiones de actividades (paros) a iniciativa de grupos minoritarios de estudiantes, que por cualquier razón o pretexto suspendían las clases”. Eso se logró gracias a un acuerdo de la Junta Directiva de la Facultad en el sentido de que las decisiones que afectaran el funcionamiento normal de la Facultad tendrían que estar apoyadas por el voto de más de la mitad de los alumnos inscritos. Sin embrago, los exámenes de admisión que tan del gusto habían sido de la maestra Meyer sí tuvieron que descartarse en razón de que el movimiento por la autonomía tuvo inexorablemente en el pase automático una de sus mayores banderas de lucha. No obstante, la elevada calidad de la educación en la Facultad logró conservarse merced a que pudo mantenerse en vigor una suerte de selección natural para los estudiantes que ingresaban a la carrera. Al respecto recuerda el profesor Bolaños que en razón de que:
“la Facultad ya no pudo aplicar exámenes de admisión se esperaba como consecuencia una gran afluencia de aspirantes; sin embargo, la demanda por plazas en la Facultad no aumentó sensiblemente. La explicación fue que en la Universidad los estudiantes conocían el rigor y exigencia académica de la Facultad que, junto con la Facultad de Medicina, era considerada como “dura”. Por otra parte, dentro de la Facultad los profesores decidieron mantener la exigencia académica, lo que ocasionó que la deserción en el primer año fuera muy alta”.[34]
Tal vez el momento de mayor amenaza y peligro para el proyecto se vivió angustiosamente hacia el otoño de 1971. Con mucha habilidad, cuando se otorgó la autonomía de la Universidad en junio de ese año, el director de la Facultad, Ernesto Bolaños, le propuso al profesor Eladio Sáenz Quiroga que en su calidad del profesor más decano asumiera como director interino en tanto se realizaba el proceso para elegir a un nuevo director en el marco de la nueva situación jurídica universitaria. Para esa transición se requería de una persona razonable y equilibrada mientras se preparaba la elección y ese papel lo cumplió el profesor Sáenz. Fue así que se formó el proceso electoral y dentro de él emergieron dos candidatos de corte totalmente distinto e incluso antagónico. Por un lado, se perfiló Ricardo Cavazos, egresado de la cuarta generación y representante bastante típico de lo que podría considerarse “un discípulo de la maestra Meyer”. Por ello debía entenderse, un estudiante esforzado y creyente en el modelo académico que se había implantado. El contendiente resultó Ignacio Olivares, alumno destacado, pero a quien sus desbordadas pasiones ideológicas lo llevaron ulteriormente a una muerte prematura y violenta. Olivares era el líder de un grupo izquierdista muy radical –la Organización Cultural Universitaria (OCU)– que fue la que impulsó el movimiento de huelga de 1967 y por el cual estuvieron cerradas por meses las instalaciones de la Facultad. Y desde luego estaba también el peligro que planteaban los demás grupos de agitación –como los llamados Espartaco, las “juventudes comunistas” y el grupo denominado “socialista” en cuyas filas destacaba el activista José Luis Rhi-Sauzi– que obviamente apoyaban la candidatura de Olivares. La historia reporta, sin embargo, que en un proceso electoral muy intenso, pero también transparente, Cavazos resultó elegido director de la Facultad. Rememoraba el profesor Sáenz Quiroga que los grupos derrotados se enojaron mucho con ese resultado y por un tiempo largo “le faltaron al respeto al nuevo Director”. ¿Qué habría ocurrido si el triunfador hubiera sido Olivares? Es probable que el modelo implantado en su momento por la maestra Meyer habría sido reemplazado por el de la “universidad popular”, con la consecuente ideologización del programa de estudios y el desplome de los niveles académicos. Finalmente, Ricardo Cavazos renunció al poco tiempo a ese cargo para irse a trabajar a Nacional Financiera en la capital, pero ya nunca más se volvió a presentar la coyuntura de que un agente radical con inclinaciones a la violencia pudiera llegar a la dirección de la Facultad.[35]
[1] Paula Martínez Chapa, "Consuelo Meyer 1928-2010", Memoria Universitaria, enero de 2011, pp. 23-24.
[2] Entrevista Cesar Rangel-ETD, abril de 2016.
[3] Entrevista Ernesto Bolaños-ETD, abril de 2016.
[4] Banco de México, “Actas del Consejo de Administración”, libro 23, p. 119, acta 1764, 2 de julio de 1958.
[5] Bolaños, op. cit., p. 7.
[6] Martínez, op. cit., pp. 28-29.
[7] “Plan de estudios de la Facultad de Economía de la unl”, El Trimestre Económico, octubre-diciembre de 1958, sección Documentos.
[8] Martínez, op. cit., pp. 44-45.
[9] Martínez, op. cit., p. 24.
[10] Entrevista Cesar Rangel-ETD, abril de 2016.
[11] Entrevista Everardo Elizondo-ETD, abril de 2016.
[12] Entrevista Cesar Rangel-ETD, abril de 2016.
[13] Bolaños, op. cit., p. 20.
[14] Entrevista Cesar Rangel-ETD, abril de 2016.
[15] Bolaños, op. cit., pp. 23-24.
[16] Bolaños, op. cit., pp. 24-26.
[17] Citado en Bolaños, op. cit., p. 21.
[18] Entrevista Ernesto Bolaños-ETD, abril de 2016.
[19] Ibid.
[20] Facultad de Economía, UANL, Anuario de Egresados 1957-2007, pp. 1-14.
[21] Martínez, op. cit., pp. 9-10.
[22] Bolaños, op. cit., pp. 35-36.
[23] Entrevista Cesar Rangel-ETD, abril de 2016.
[24] “Anuario de Egresados 1957-2007”, op. cit., pp. 10 y 12.
[25] Martínez, op. cit., p. 46.
[26] Entrevista Cesar Rangel-ETD, abril de 2016.
[27] “Anuario de Egresados…”, op. cit.
[28] Bolaños, op. cit., p. 27.
[29] Bolaños, op. cit., pp. 42, 43, 45, 49, 51-52, y 73-75.
[30] Martínez, op. cit., p. 58.
[31] Enrique Krauze, “Cuatro estaciones de la cultura mexicana”, en Caras de la Historia, México, Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1983, p. 155.
[32] Martínez, op. cit., p. 59.
[33] Bolaños, op. cit., pp. 47-48.
[34] Bolaños, op. cit., p. 84.
[35] Martínez, op. cit., pp. 59, 61, 67, 74-76.