Tomo V: Reorganización programática
I. México en Bretton Woods

 

3. Hacia la conferencia

 

Los estadounidenses son poco propensos a los circunloquios y a las ambigüedades. Esas inclinaciones no se compadecen ni con su idiosincrasia ni con su sentido pragmático. Así, el telegrama confidencial que arribó a la Secretaría de Hacienda proveniente del Departamento del Tesoro vía la embajada de ese país en la ciudad de México no dejó lugar para las dudas: el gobierno de Estados Unidos deseaba que el ministro Suárez encabezara la delegación mexicana a la conferencia de Bretton Woods. Según dicho mensaje, Morgenthau presidiría la correspondiente a su país, y los gobiernos de Checoslovaquia, India, Brasil y Nueva Zelanda ya habían confirmado que atenderían la insinuación de Washington. La motivación fue, de manera clara, la de darle a esa conferencia el máximo de formalidad y de nivel jerárquico.

Por cierto que Luis Legorreta, mandamás del Banco Nacional de México, quiso infiltrarse a Bretton Woods como parte de la misión mexicana. Contó para tal fin con la complicidad de quien era un amigo muy cercano, Antonio Espinosa de los Monteros, director general de Nacional Financiera. La gestión se hizo directamente por el propio Legorreta ante la embajada de Estados Unidos. Buscando orientación, el embajador Messersmith escribió confidencialmente al propio canciller Cordel Hull para resolver sobre la maniobra. La instrucción era necesaria, toda vez que Legorreta había señalado a la embajada estadounidense “que el ministro de Finanzas (de México) le había confirmado la invitación”.[1] La moción obviamente no prosperó. Así, la misión mexicana a la conferencia de Bretton Woods se integró con tan sólo cinco delegados incluyendo al propio secretario Suárez.

Daniel Cosío Villegas y su discípulo en el Banco de México, Víctor L. Urquidi, sí encontraron cabida en tan compacta delegación. Se entiende que así ocurriera y no sólo por los buenos oficios de su jefe respectivo en el instituto central, Eduardo Villaseñor, sino por otras razones de mayor peso. En primer lugar, por el conocimiento que ambos personajes habían acumulado sobre los temas que se iban a discutir en tan importante foro internacional. En segundo, por los muchos trabajos escritos que sobre la materia habían emanado de su puño y letra.

A ello habría que agregar algo quizá menos sustantivo aunque no carente de importancia práctica. Tanto Cosío Villegas pero en especial Urquidi eran personas que conocían muy bien el idioma inglés y la conferencia se desarrollaría en esa lengua, previsiblemente sin el apoyo de traducción simultánea ni traductores en general.

Ya casi en la antesala de Bretton Woods, la atención de Cosío y de Urquidi se concentró en la preparación de dos documentos que adoptaron la forma de orientaciones generales para la delegación que asistiría a la conferencia. El primero se refirió al proyecto para el Fondo de Estabilización y el segundo fue relativo al Banco de Reconstrucción y Fomento. En unas cuantas cuartillas se vertieron en resúmenes apretados las muchas horas que se habían invertido precisamente en el estudio del tema. Escritos en el acostumbrado estilo de Cosío, en esos documentos sus autores mantuvieron su reticencia a dar color propio y hacer recomendaciones definitivas en favor y en contra.

El índice del documento relativo al fondo no puede ser más revelador de las cuestiones que estaban en juego: “¿Conviene a México adherirse al Fondo de Estabilización? Posibilidades de una aprobación condicionada. Posibilidad de un régimen diferencial (sic). Mayor flexibilidad. El cálculo de las participaciones. Modificaciones al valor del oro. Participación en el gobierno [del organismo]”. Como resulta obvio a partir de una lectura apresurada de ese índice, la cuestión fundamental era la que se planteaba en el primero de los incisos. ¿Debería México adherirse al Fondo de Estabilización? “Despejar esa incógnita ofrecería la ventaja de eliminar de una vez por todas la fácil contradicción en que se cae con la doble actitud de querer que México, al mismo tiempo, dé una participación pequeña y obtenga grandes créditos y comparta señaladamente el gobierno del Fondo”.[2]

La decisión a la que se llegase debería, de cualquier manera, partir de unos hechos muy duros: que el poder de voto de México en los órganos de gobierno del organismo sería reducido bajo cualquiera de las fórmulas de cálculo que se adoptaran. Y este argumento sería igualmente válido tanto respecto al Fondo de Estabilización como para el Banco de Reconstrucción y Fomento. Lo mismo sería válido para cualquier otro organismo internacional que se formase en el futuro como parte de la Organización de las Naciones Unidas. El otro punto axial que señalaron apropiadamente Cosío y Urquidi fue que cualquier país invitado tendría la opción de adherirse o no al Fondo, al Banco de Reconstrucción y Fomento y a cualquier otro organismo que se fundara hacia adelante. Claramente, ese juicio llevaba para las altas autoridades del país una recomendación implícita.

Desde luego, frente al proyecto de establecer el Fondo Monetario Internacional, México podría, “sin dar la nota discordante de declarar públicamente su falta de interés”, impulsar aquellos puntos de vista y tesis que condujeran a que su participación en el organismo fuese “la más pequeña posible y si se quiere que ella tenga apenas un carácter formal”. Con todo, era claro que al país le quedaba escaso margen de acción en esta materia. En primer lugar, porque en términos prácticos de política real y económica le resultaría muy difícil, si no imposible, no adherirse al organismo. En segundo, porque su capacidad para llevar el proyecto en un sentido u otro sería prácticamente nula. Respecto a plantear “un juicio final sobre la posible utilidad del Fondo Monetario Internacional, la impresión que se tiene es que será mucho menor si el Banco de Reconstrucción y Fomento no se llegara a crear”.

México podrá obtener alguna utilidad del Fondo ya que de él puede recibir créditos que le permitan volver a equilibrar su balanza de pagos internacionales con menos brusquedad y menos sacrificio de lo que podría hacerlo contando sólo con sus propios recursos. Desde el punto de vista del mundo en general, […] da la impresión de que el Fondo Monetario Internacional se ha ido alejando cada vez de la posibilidad de resolver el problema económico fundamental de los próximos años: la perturbación profunda que representa en el mundo la desmedida riqueza de Estados Unidos.[3]

Nuevamente, el antinorteamericanismo que se alimentó de las fobias de Cosío, de Medina Echavarría y de otros de los analistas, sin aclarar por qué de la desmedida riqueza de Estados Unidos podía derivar “el problema económico fundamental de los próximos años”. Lo cierto es que las perspectivas de progreso económico futuro de países en desarrollo como México podían variar significativamente en caso de que los Estados Unidos aceptaran o limitaran el acceso de las importaciones de esos países a su mercado nacional y si se materializaran o no las inversiones o los créditos estadounidenses en esas naciones. Pero éstos eran asuntos que rebasaban el ámbito directo del proyecto del fondo.

Sin embargo, en el supuesto de que México aceptara sumarse como suscriptor del fondo, los asesores hacían sugerencias concretas de acción a las autoridades que representaran al país en la conferencia. Una de ellas en cuanto a ofrecer una aprobación condicionada a la fundación del organismo, sujeta a que se crearan las otras dos organizaciones internacionales prometidas –el Banco de Reconstrucción y Fomento y una organización que nunca nació y cuyo “campo de trabajo sería la producción, distribución y precios de los productos primarios”– y que su formato les resultara satisfactorio. Y la perspectiva de imponer una segunda condición en cuanto a la creación “de un régimen diferencial” parecía aún más remota. Es decir, en cuanto a dar en el Fondo Internacional un trato diferenciado “a los grandes países industriales” y a los “pequeños países productores de artículos primarios”.

Por supuesto, la gama de posiciones que pudiera adoptar en Bretton Woods la delegación mexicana sería muy amplia. La actitud extrema consistiría en proponer una “reforma de mucha importancia” en la organización del fondo. Ello, a manera de que: “…los pequeños productores de artículos primarios diesen una cuota proporcionalmente menor a los grandes países industriales, que pudiesen recibir créditos proporcionalmente mayores, que tuviesen márgenes mayores para modificar automáticamente los tipos de cambio de sus monedas, etc.”[4]

Retrospectivamente resulta obvio que la posibilidad de empujar con éxito esas propuestas era en la práctica realmente nula. En su esencia, el guisado ya había quedado cocinado en las largas y accidentadas negociaciones sostenidas con los británicos. Así, el margen de acción que el destino le tenía reservado a México en Bretton Woods era ciertamente más estrecho. Sin embargo, con base en la esperanza de que ese margen fuese mayor, Cosío y Urquidi se atrevieron a presentar a sus superiores –principalmente a Villaseñor y a Suárez– otras cuatro propuestas. La primera, en cuanto a incorporar en la estructura y en el funcionamiento del fondo una mayor flexibilidad. El resto fue en cuanto al cálculo de las participaciones, modificaciones al valor del oro y participación de los países suscriptores en los órganos de gobierno del mecanismo.

En materia de las fórmulas que se habían discutido para la determinación de las participaciones, los asesores declararon abiertamente que ninguna de ellas aseguraba para México una capacidad de voto importante. Por lo mismo, el procedimiento tampoco auguraba una gran capacidad para intervenir en el gobierno del organismo. Con todo, los asesores hicieron la recomendación de que la delegación empujara la fórmula más sencilla para que pudiese ser fácil de entender para la opinión pública de los países que se adhirieran a la institución.

La excesiva capacidad de voto que tendrían los países más poderosos era un factor que había perturbado a Cosío y Urquidi desde que pasaron sus ojos sobre los primeros proyectos de White. Así, la posibilidad de modificar el valor del oro quedaría en exclusiva en manos de esos países. A juicio de esos ponentes, el asunto había alcanzado un punto tan extremo de “cinismo”, que debiera dar lugar a alguna declaración formal por parte de los países pequeños.

El último punto comentado versó sobre las perspectivas que tenía México de intervenir de manera importante en la conducción (gobierno) del organismo. Así, de los nueve lugares que habría en el Comité Ejecutivo del fondo, cinco estarían de entrada en manos de Estados Unidos, Inglaterra, Rusia, China y Canadá. “Convendría quizás entonces que la Delegación Mexicana luchara porque el resto de los asientos del Comité Ejecutivo se ocupara de acuerdo con tales o cuales reglas, pero en todo caso, estableciendo que los cinco países mayores no participaran en esa elección”.[5]

Por su parte, no debe extrañar que el memorándum relativo al proyecto del Banco de Reconstrucción resultase más extenso que el relativo al fondo. Por razones casi circunstanciales, el grupo de trabajo que había conformado Cosío apenas había empezado a estudiar ese proyecto sin llegar a producir un dictamen definitivo. Una de las razones, de no escasa importancia, es que no fue sino hasta octubre de 1943 cuando el Departamento del Tesoro de Estados Unidos dio a conocer el proyecto del banco. El oficio correspondiente contiene unos pasajes largos en donde se explican las características para el organismo que se deseaba crear y las cuales no cabe mencionar aquí. La parte de ese proyecto que merece mayor atención es la que se refiere a las sugerencias que Cosío y Urquidi presentaron a las autoridades de México.

Como ya se mencionó, el grupo de trabajo que había sido creado por Cosío para estudiar los problemas económicos de la posguerra tuvo entre sus planes originales preparar un análisis concienzudo sobre el proyecto, también de Harry White, para crear el Banco de Reconstrucción y Fomento. El cumplimiento de esa encomienda se demoró quizá demasiado por la excesiva atención que despertaron en todos sus integrantes los proyectos alternativos de White y de Keynes para el Fondo de Estabilización o por otro hecho también de relevancia: porque la propuesta para el birf no se hizo del dominio público por parte del Tesoro de Estados Unidos sino hasta octubre de 1943.

Sea como fuere, este último proyecto suscitó en los círculos del Banco de México mucho menos resistencias y suspicacias que el del Fondo de Estabilización. Sobre la explicación de este hecho, sólo pueden hacerse conjeturas. Tal vez el tema del financiamiento a la reconstrucción y al fomento del desarrollo era mucho menos controvertido que el de la estabilización de los tipos de cambio. También pudo haber ocurrido que la naturaleza de la institución a crearse era más conocida y por tanto menos dudosa. Una última suposición, de carácter humano más que técnico, pudo haber residido en que la expedición del proyecto del banco tomó a aquellos analistas más cansados y menos dispuestos a la belicosidad.

Cosío y Urquidi, o quienes hayan redactado en su momento el documento sin firma a que ya hemos aludido, tuvieron el acierto de subrayar de entrada la vinculación que necesariamente existiría entre el Fondo de Estabilización y el banco o en realidad entre sus temas subyacentes. El mantenimiento de tipos de cambio fijos requeriría que las balanzas de pagos de los países se mantuvieran en equilibrio. A su vez, esa finalidad necesitaba que los capitales fluyeran de los países ricos hacía los pobres en la forma de créditos e inversiones. “Aunque no es éste el lugar para tratar con amplitud el problema de las inversiones internacionales en la posguerra, sí puede decirse, y lo reconocen las propias autoridades norteamericanas así como las inglesas, que las inversiones serán la clave maestra para resolver los problemas de las balanzas de pagos, tipos de cambio, mercados externos, baja productividad, etc.[6]

Otro de los méritos, aún mayor, de aquellos analistas fue alertar sobre la competencia que ejercerían sobre los préstamos de la institución a crearse los fines alternativos de la reconstrucción y del desarrollo. En opinión de esos comentaristas, el proyecto parecía “indicar que el tipo preferente de inversiones será el de las inversiones para reconstrucción y que queden relegadas a segundo lugar las que puedan considerarse de fomento”. Así, en el documento se opinaba que muy bien podrían crearse no uno sino dos organismos: un primero para encargarse de la reconstrucción y otro “completamente distinto o separado para dar créditos a largo plazo a países que necesitan capital extranjero para acelerar su desarrollo económico”.

Para extremar un poco el comentario, puede decirse que el proyecto del Banco, juzgado desde el punto de vista de un país como México, hace demasiado hincapié en la reconstrucción y muy poco en el fomento […] Bastaría con que dos o tres países grandes pidan préstamos de reconstrucción, como lo prevé el proyecto, para que los pequeños no puedan disponer sino de una parte mínima de recursos o tengan que recurrir casi exclusivamente al capital privado norteamericano.[7]

Así, desde el punto de vista propositivo, en el documento se presentaron algunas sugerencias interesantes para la delegación mexicana que asistiría a Bretton Woods. Antes que nada, que se impugnara una cláusula con base en la cual el banco pudiese readquirir unilateralmente las acciones en manos de sus países adherentes cuando acumulase en su tesorería divisas de esos países. En opinión de Cosío y de Urquidi, ello podría tener como resultado que en última instancia las naciones pequeñas llegasen a tener una participación marginal en el organismo. A guisa de ejemplo, “el Banco, puesto que no utiliza la moneda de México, podría disponer que con ella se recompren algunas de las acciones del Banco que tenga México”. Así, en caso extremo podría ocurrir que Estados Unidos e Inglaterra terminasen “por ser los propietarios únicos del Banco”.

Otra sugerencia importante fue en relación a la conveniencia de que se estableciese otra entidad, también internacional, la cual se constituyese en “un verdadero organismo director de las inversiones, casi podría decirse un organismo planeador”. En opinión de los ponentes, la creación de ese organismo sería conveniente “aún en el supuesto de que cada país tuviese un organismo propio coordinador de las inversiones”. Esto, toda vez que sería preferible una institución que permitiese el contacto y las “consultas entre los representantes de los diversos países”.

Y ya en ese tema de la creatividad institucional, Cosío y Urquidi se lamentaban profundamente de que se hubiesen suprimido del proyecto de White para el banco dos propuestas que juzgaban de gran relevancia: una primera, para establecer “una institución encargada del abastecimiento mundial de materias primas”, y una segunda “para crear un organismo para la estabilización de los precios de las materias primas”. Otra omisión que también lamentaron es que se hubiese suprimido del proyecto la facultad para que el banco pudiese conceder créditos a corto plazo con la finalidad de financiar al comercio exterior.

Por último, en las conclusiones del documento sus ponentes señalaron que a pesar de todas las limitaciones e imperfecciones, el Banco de Reconstrucción y Fomento podría “llegar a ser una institución muy importante y muy útil”. Sin embargo, después de hacer esa afirmación se pusieron dubitativos y sugirieron si tal vez no sería conveniente “principiar por operaciones concretas en un país, para luego exigir al nuevo organismo con la experiencia que se vaya obteniendo”. Y a continuación insistieron en una idea que ya ha sido mencionada: en la posibilidad de perfeccionar a “la institución para convertirla en un organismo de planeación de las inversiones, con una política positiva”. De cualquier manera, remataron, será indispensable distinguir entre los préstamos de reconstrucción y de fomento y no habrá posibilidad de que el banco cuyo establecimiento se propone pudiera “ocuparse de ambos”.

Previsiblemente, los documentos comentados se redactaron a pocas semanas de la integración de la misión mexicana que asistiría a la magna conferencia. Sin embargo, no hay evidencias de que la delegación mexicana a Bretton Woods haya estudiado dichos documentos. Tampoco es probable que llevaran a cabo esa preparación en la forma más concienzuda dada la premura con la que se desenvolvieron los acontecimientos. Prácticamente no hubo receso o pausa entre la reunión que se celebró en Atlantic City y su subsiguiente y definitiva en el famoso hotel de veraneo en New Hampshire. Tan los tiempos se apretaron angustiosamente, que a los representantes mexicanos que acudieron a la reunión de Atlantic City ya no les dio margen para regresar a México y marcharon directamente por ferrocarril de esa ciudad costera hacia su gran cita con la historia en Bretton Woods.

El trasfondo de la conferencia de Bretton Woods fue la diplomacia. En esa materia, la voz cantante la llevaron las autoridades de Estados Unidos por tres razones: por su prevalecencia sobre los británicos después de más de un año de negociaciones ríspidas y extenuantes, por ser el país anfitrión del evento y porque habían tomado todas las precauciones posibles para que a su conclusión la conferencia resultase exitosa. En sus memorias Cosío Villegas cita también el intento de dar la impresión a todo el mundo, y en especial al bando enemigo integrado por el eje Alemania-Italia-Japón, de la cohesión granítica que unía a las potencias aliadas.

México participó activamente en las muchas maniobras diplomáticas que operaron los organizadores de la conferencia para salir avante en sus propósitos. Un activo muy importante en este sentido fueron los lazos de amistad que se habían venido forjando desde años atrás entre el ministro Eduardo Suárez y su contraparte estadounidense, Morgenthau. Significativamente, en el programa de la conferencia el nombramiento de todos los cargos estaba pendiente de confirmación. Así, a Suárez se le encomendó la tarea de proponer durante los inicios de la sesión inaugural plenaria que el secretario Morgenthau fuese electo para presidirla. En el discurso que para tales fines pronunció quien encabezaba la delegación mexicana, éste invocó no sólo consideraciones de orden protocolario –la costumbre en las conferencias internacionales de que el más alto funcionario del país anfitrión sea designado para presidirla– sino también relativas a los méritos personales del personaje propuesto y a sus logros como jefe de las finanzas estadounidenses.

En un plano menos protocolario y más pragmático y efectivo, Suárez también se refirió y escribió sobre las muchas gestiones que se realizaron tras bambalinas para que en la conferencia los representantes de los países latinoamericanos operasen como un bloque. Cuenta Suárez que en esa tarea de conjunción jugaron un papel particularmente activo los delegados mexicanos. Para ello aprovecharon la simpatía que les brindaron en todo momento tanto el propio Morgenthau como Harry White. El modus operandi fue que los delegados mexicanos se reunieran en privado todas las noches para decidir una estrategia común, y en esas juntas se gestó el planteamiento de que los países latinoamericanos tuviesen dos lugares permanentes en el Consejo Ejecutivo del Fondo Monetario. Según consta en los anales de la conferencia, la moción resultó exitosa e incluso posteriormente se ha “conseguido que sean tres los delegados permanentes de América Latina”.[8]

Morgenthau debió efectivamente tener en buena estima a don Eduardo Suárez. Así, reconocido y generoso decidió nombrarlo para presidir la comisión III de la conferencia en cuyo seno se discutirían temas conexos con los asuntos que se tratarían en las otras dos comisiones: el establecimiento del Fondo Monetario y del Banco. Presidida por Suárez, la comisión III sesionó del 3 al 19 de junio de 1944 y en la agenda se determinaron para la discusión varios asuntos importantes: el uso de la plata para fines monetarios internacionales, activos en manos del enemigo, bienes robados y cuestiones conexas y recomendaciones en material de política económica y financiera, intercambio de información y otros procedimientos para la cooperación financiera.

Obviamente, la mano de Suárez y la intervención de la delegación mexicana habían impulsado el primero de los temas mencionados. Para su discusión se creó el comité I, que emanó del seno de la comisión II de la conferencia.​

Cómo fue exactamente la participación de la delegación de México en Bretton Woods es algo quizá imposible de determinar desde el presente. Con todo, es posible derivar una idea aproximada de esa participación con base en la información disponible. Al respecto, existe el importante hecho que durante Bretton Woods no se levantaron minutas de muchas de las instancias que integraron la conferencia. El ejercicio nos sugiere, con todo, el gran énfasis que puso México en el proyecto de impulsar a la plata como metal con importancia monetaria dentro del esquema institucional que surgiría de la conferencia. Inmenso interés puso en ese tema la delegación mexicana, además de una prisa visible. Apenas constituida la mesa directiva de la comisión III, en su primera intervención el presidente y además jefe de la misión de México (Eduardo Suárez) aprovechó para presentar por escrito la cuidadosa propuesta que se había preparado para esos fines. El planteamiento mexicano fue inmediatamente turnado al comité de agenda de dicha comisión. Sin embargo, una intervención en esa misma sesión por parte del delegado británico anunció con claridad el desenlace que podría esperar la moción que había presentado el ministro Suárez.

La delegación británica ha leído con interés, y espero que con comprensión, la propuesta mexicana. Por otra parte, debemos todos estar conscientes de que la introducción del bimetalismo dentro del Fondo, es una propuesta de importancia fundamental y de modificación fundamental. Sin duda, todos ustedes han escuchado durante mucho tiempo, probablemente a lo largo de todas sus vidas, nuestras controversias alrededor del bimetalismo. Consecuentemente, me parece tarde y a destiempo proponer a esta conferencia que los dirigentes del Fondo reciban la autorización para introducir el esquema bimetálico en el funcionamiento del organismo. Dicho lo anterior, agregaría un punto más: éste es que la delegación de la Gran Bretaña carece tal vez, al igual que otras delegaciones, de instrucciones de su gobierno en relación a esta materia.[9]

Aparte de la cuidadosa retórica con la que suelen presentarse las propuestas en las conferencias internacionales de primer nivel, cabe destacar dos características en el proyecto que sometió el ministro Suárez a la consideración de la comisión III, y dentro de ésta a su comité I: lo ambicioso de la aspiración de México y la dudosa solidez técnica de algunos de sus argumentos. A diferencia de lo que se pensó por mucho tiempo, la delegación mexicana no únicamente propuso en Bretton Woods que la plata fuese considerada como metal para integrar las reservas internacionales de los países y la aportación de cuotas al fondo, sino algo de mucha mayor trascendencia: la creación de un mecanismo para asegurar un precio estable para la plata a lo largo del tiempo. Ello requeriría del establecimiento de un precio relativo fijo entre el oro y la plata.

En términos concretos, la propuesta mexicana consistió en que el Fondo Monetario pudiera comprar o vender conjuntamente plata y oro en una relación de una onza del metal amarillo por quizá diez del metal blanco. Como una consecuencia natural del mecanismo anterior, los países que se adhirieran al fondo también estarían en libertad de adquirir o vender los dos metales a los precios predeterminados. En ese respecto, el fondo únicamente tendría las siguientes facultades: alterar el precio relativo correspondiente entre esos metales mediante la aprobación de una mayoría de las cuatro quintas partes de los votos y suspender sus ventas y compras de ese metal en caso de que la cotización del oro se ubicase por debajo de la marca oficial de 35 dólares por onza.

Entre los considerandos introductorios para la propuesta de México, lo primero que sorprende son las afirmaciones de que la mitad de la población del mundo prefería las monedas de plata a cualquier otro medio de pago alternativo, y que esa preferencia era extensiva al uso de la plata como reserva de valor. Sin embargo, donde la argumentación se volvía más vulnerable era al equiparar el papel monetario asignado al oro con el que tendría la plata de aceptarse la moción de México. A diferencia de lo que se afirmaba en esos considerandos, en el esquema que se pensaba aprobar en la conferencia no se intentaba fijar el precio del oro en términos de las principales divisas del mundo y en particular de la moneda de Estados Unidos, sino al revés: anclar el valor de esta última moneda al oro en un nivel de 35 dólares por onza y a través de los tipos de cambio fijos que se acordaran dentro de la organización del fondo, con el resto de las monedas mundiales.

Si acorde con la propuesta, hubiera sido viable fijar el precio relativo de la plata con el del oro, este último metal no podría cumplir ninguna tarea de amarre o anclaje en el sistema monetario internacional de la posguerra por una razón muy simple: porque los tipos de cambio quedarían vinculados al oro, un metal con un valor histórico mucho más estable que el del otro metal fino. Además, sería dudosa la eficacia y quizá demasiado elevado el costo de crear algún mecanismo cuya finalidad fuera estabilizar el precio mundial de la plata. Por último e incluso de mayor peso, las naciones asistentes a Bretton Woods casi no desearon ni discutir la propuesta presentada por México.

No existen las minutas de las deliberaciones que tuvieron lugar en el comité I de la comisión III, en el cual se examinó el problema del posible “uso de la plata para fines monetarios internacionales”. Se sabe que esa comisión fue atendida por delegados de diez países bajo la presidencia de un peruano y que el resto de las naciones representadas fueron las siguientes: China, Bolivia, Canadá, Etiopía, India, México, Noruega, U.R.S.S., Gran Bretaña y Estados Unidos. A juzgar por los indicios y las posibles deducciones, no pudieron prevalecer dentro de ese grupo los convencionistas de los países platistas –de los cuales sólo eran seguros el mexicano y el boliviano– sobre los antagónicos o indiferentes. Así, el dictamen que se produjo en dicho comité sobre la propuesta que había presentado el ministro Suárez resulta más que elocuente:

Los problemas que han confrontado algunas naciones como resultado de las amplias fluctuaciones del valor de la plata fueron materia de serias discusiones en esta Comisión. Debido a la brevedad del tiempo, la magnitud de otros asuntos en la agenda y otras limitaciones, resultó imposible prestar suficiente atención a este problema a fin de poder hacer recomendaciones definitivas. Sin embargo, la percepción de la Comisión es que el tema merecería ser estudiado a futuro por las naciones interesadas.

En la sesión de clausura de la comisión III, su presidente, el ministro de finanzas de México, Eduardo Suárez, volvió a defender el caso de la plata en una intervención en que se expusieron más o menos los mismos argumentos que en la sección de considerandos de la propuesta que se había presentado apenas 15 días antes. Esta segunda intervención de Suárez tuvo verificativo el 19 de julio, al concluir las sesiones del grupo que le había tocado presidir.

Lo memorable es el párrafo introductorio con el que inició aquel delegado su alocución.

La delegación mexicana está consciente de lo difícil que resultó llegar en esta conferencia a una solución definitiva para el problema de la plata. Considera, sin embargo, que un paso importante se dio al reconocerse la importancia que tiene la plata para algunos países como metal monetario. Así, expresa su esperanza de que en el futuro cercano los países interesados en la plata tanto como productores al igual que como consumidores, encuentren, después de consideraciones técnicas y objetivas sobre el problema, una fórmula para estabilizar el precio de ese metal.[10]

La comisión III también recibió otra propuesta que fue presentada por la delegación mexicana respecto a un tema mucho más específico que el de los usos monetarios de la plata. Ésta se refirió al asunto un tanto críptico del llamado oro etiquetado o reservado (earmarked gold). El metal fino en esa situación de etiquetación pertenecía a la reserva internacional de algunos o todos los países que se adherirían al mecanismo, aunque estaría depositado en el fondo disponible para el uso de sus poseedores. Esto implicaría que esos recursos no podrían ser manejados por los órganos de gobierno del organismo.

Aunque registrado oficialmente junto con Antonio Espinosa de los Monteros como representante de México ante la comisión I de la conferencia, no existen indicios de que Suárez haya participado en ninguna de las sesiones en que se discutió el establecimiento del Fondo Monetario Internacional. Cabe además suponer esa no participación, dadas, como ya se ha visto, las responsabilidades que se le asignaron en su calidad de presidente de la comisión III de la conferencia. Así, es claro que el único y muy visible delegado por México en las sesiones que encabezó White y que culminaron en la creación del fondo fue el entonces cabeza de Nacional Financiera.

Copias parciales de algunas minutas de las sesiones de la comisión I revelan a un Espinosa de los Monteros particularmente activo en las discusiones e intercambios verbales. Congruente con su perfil psicológico un tanto inclinado hacia el protagonismo y dado su conocimiento del idioma inglés, la actuación del delegado mexicano en esas sesiones parece omnipresente y omniabarcante. No obra sin embargo en las actas oficiales ninguna designación en representación de México en los cuatro comités que se integraron del seno de la comisión I. Por tanto, es de suponer la presencia de Espinosa de los Monteros en las sesiones de cada uno de ellos.

Los delegados que dentro de la comisión III estudiaron la propuesta que había presentado la misión mexicana en relación a la plata, juzgaron –al parecer con acierto– que había una parte de ese planteamiento que más bien correspondía conocer y dictaminar a la comisión I, por involucrar en su concepción al Fondo Monetario Internacional. En esa propuesta se señaló en concreto y a la letra lo siguiente:

La delegación mexicana presenta ante la Conferencia la siguiente resolución:

  • El Fondo determinará la viabilidad de enlazar o vincular a la plata con el oro, de acuerdo con la fórmula preinserta o con alguna otra fórmula.

  • Se autorizará al Fondo a poner en ejecución cualquier política que considere apropiada en relación al papel y a la función que deba tener la plata dentro de la estructura monetaria internacional.[11]

Así, la moción anterior en favor de la plata fue presentada por Espinosa de los Monteros ante el comité II de la comisión I, cuya misión fue discutir lo relativo al tema “Operaciones del Fondo”. El representante por Francia manifestó su extrañeza cuando el asunto fue presentado para su estudio ante esa comisión. En su opinión y según informes, el asunto de la utilización de la plata para fines monetarios debería atenderse en la comisión III. El delegado mexicano replicó que era un asunto que la delegación mexicana deseaba también presentar ante el fondo ya que se trataba de establecer facilidades de crédito complementarias contra la garantía de reservas en plata. Así, habiendo obtenido el respaldo del presidente del comité, señor N.A. Malakin, de la Unión Soviética, el delegado mexicano procedió a presentar los argumentos de apoyo y la propuesta aludida.

Tres documentos que obran en el archivo de Víctor L. Urquidi fueron preparados por la delegación para apoyar esta moción: la propuesta oficial, las palabras que pronunció Espinosa de los Monteros en el seno del comité III de la comisión I y el boletín de prensa que fue dado a conocer ese mismo día al término de las sesiones. La argumentación central fue como sigue. Los países en los cuales la población atesoraba plata acuñada –silver hoarding countries– enfrentaban un problema monetario que requería de consideración especial. Durante las fases de contracción económica, cuando los precios de la plata bajaban y se requería comprometer reservas para mantener constante al tipo de cambio, la plata acumulada por el banco central tenía que venderse en forma castigada –a precios bajos– para adquirir oro o divisas a fin de complementar la reserva internacional. El proceso resultaba muy oneroso. Durante las fases expansivas del ciclo económico, cuando se demandaba la moneda argentífera para atesoramiento, el metal tenía que ser adquirido a precios elevados, mientras que en la fase descendente se vendía a precios deprimidos.

La propuesta mexicana consistió, entonces, en solicitar que en coyunturas semejantes el fondo pudiera ofrecer a los países cuya población atesorara monedas de plata facilidades de crédito complementarias o especiales:

En adición a las facilidades ofrecidas al amparo del Art. III sección 2 de la Propuesta Conjunta, un país miembro con atesoramientos de plata debería ser elegible para adquirir del Fondo divisas a cambio de su propia moneda, en un monto no superior al 80 por ciento del valor en oro de sus reservas en plata, las cuales serán ofrecidas al Fondo como garantía.[12]

Al igual que como ocurrió en la comisión III, todo hace indicar que la propuesta presentada por México en la comisión I, que estuvo presidida por White, no recibió aprobación. Ello, a pesar de habérsele reconocido a la delegación el mérito de crear un nuevo concepto al ya conocido de “país usuario de la plata para fines monetarios”. El nuevo concepto se refería a los países que tenían en circulación cantidades importantes de moneda de plata y la cual era utilizada por su población como elemento de ahorro. Así, en el segundo informe que presentó el comité II a la presidencia de la comisión I se asentó que la propuesta mexicana había obtenido respaldo de un número importante de países. Sin embargo, también se especificó que había suscitado una postura contraria muy enérgica, sin que se sepa de cual país.[13] El dictamen definitivo fue entonces en la negativa. Sin embargo, a pesar de esas decepciones, la delegación mexicana no arrió banderas y perseveró en su campaña de buscar un reconocimiento en favor de los países platistas y apoyos especiales por parte del fondo en razón de los problemas monetarios que enfrentaban. Otra propuesta de esa naturaleza se presentó un poco más adelante, también en el seno del comité II de la comisión I, en relación con las condiciones y garantías que los países prestatarios del fondo deberían satisfacer. Para récord histórico, dicha sugerencia fue aceptada y quedó incorporada en la sección 4 del artículo V del “Acuerdo del Fondo”: “El Fondo también deberá tomar en consideración la posibilidad de los países miembros para ofrecer como colateral oro, plata, títulos u otros activos aceptables que tengan valor suficiente en la opinión del Fondo para proteger sus intereses…”.[14]

La siguiente oportunidad que se presentó para que Espinosa de los Monteros pudiera realizar una intervención relevante fue cuando se discutió el muy trascendente asunto del número de integrantes que debiera tener la Junta de Gobernadores del fondo –el órgano colegiado con mayor jerarquía dentro del organismo– y la asignación que debería darse de esos asientos a los países suscriptores o grupos de países. En este punto es posible advertir con bastante claridad el funcionamiento de un frente de países de América Latina que operó informalmente en el transcurso de esa conferencia. En este caso, la voz cantante fue llevada por el delegado de Cuba, Luis Machado, quien consiguió ser secundado de inmediato por el mexicano Espinosa de los Monteros. Debe considerarse, expresó Machado, que “América Latina, que representa prácticamente a la mitad de las naciones aquí convocadas, ha venido a esta conferencia con un espíritu de cooperación”. Así, sentimos que esas 20 naciones “son merecedoras de al menos dos asientos en la junta de directores ejecutivos”.

La delegación mexicana –expresó con vehemencia Espinosa de los Monteros– aprecia en todo lo que vale los esfuerzos del delegado Machado para formular un sistema de votación más acorde con la lógica y la equidad. México respalda con fuerza la nueva fórmula propuesta por Cuba y la recomienda al resto de las delegaciones, porque está inspirada en los más elevados principios democráticos.[15]

Para respaldar su moción, el delegado mexicano esgrimió cuatro argumentos. Primero, que la propuesta fortalecía la capacidad de voto de los países pequeños; segundo, que garantizaba una representación amplia de América Latina en el organismo; tercero, que hacía más equitativa la integración de los órganos directivos del fondo, y cuarto, que el esquema propuesto tenía el innegable y gran mérito de alcanzar un mayor y necesario balance entre la capacidad de voto derivada de la aportación de cuotas y aquella que les correspondía a los adherentes a la institución en su calidad de países soberanos.

Un episodio de mayor tensión se suscitó algunos días después, ya frente al pleno de la comisión presidida por White, cuando se sometió a discusión la muy importante cláusula por virtud de la cual el fondo podría modificar la relación fija de cambio entre el oro y la moneda de Estados Unidos (la cual se propuso y se aceptó en el nivel de 35 dólares por onza). La modificación de esa paridad implicaría que se alterara de facto el tipo de cambio del resto de los países. Esto sin que la inmensa mayoría de ellos tuviera la oportunidad de expresar su voto sobre tan importante medida. Consecuentemente y quizá siguiendo las instrucciones expresas de Suárez, la intervención de Espinosa de los Monteros en esta materia fue enérgica, expresada casi en términos de denuncia:

México se opone con decisión a la fórmula acorde con la cual un cambio uniforme en las paridades de todas las divisas con relación al oro pueda ser decidida con tan sólo el voto de las tres mayores potencias […] La delegación mexicana desea agradecer los esfuerzos de algunas otras delegaciones orientados a reconciliar nuestro punto de vista con [la fórmula de decisión propuesta]. Sin embargo, lamentamos señalar que cuando los principios están en juego resulta imposible cualquier forma de compromiso. Esa es la razón por la cual insistimos en que esta Comisión apruebe una fórmula mediante la cual se respeten en igual medida tanto los derechos soberanos de los países grandes como de los pequeños.[16]

Así, en la redacción definitiva del “Acuerdo del Fondo” puede constatarse algo relevante: que la moción presentada por México tuvo éxito, o al menos que la fórmula original no fue aceptada en Bretton Woods. En la sección 7 del artículo IV se concedió en efecto al fondo la facultad para llevar a cabo una modificación uniforme en las paridades de todas las monedas, pero sujeto a la aprobación de la mayoría del voto total y a que tal medida fuese aprobada por cada uno de los países miembros que tuviera al menos un 10% del total de las cuotas. Asimismo, el cambio de la paridad de cualquier divisa quedaría sin efecto si el país en cuestión se inconformase con dicha medida.[17]

En particular, una cláusula específica del “Acuerdo del Fondo” tendría implicaciones de relevancia para los intereses de México en el periodo inmediatamente posterior a la guerra: la relativa a las normas para la modificación de los tipos de cambio de los países adherentes. Aunque resulta imposible verificarlo, no parece aventurado suponer que el ministro Suárez tuviera presente en la mente no sólo el recuerdo de la devaluación de 1938 sino también algo de mucha relevancia en ese momento: el hecho bien evidente de que el peso mexicano saldría del periodo de guerra claramente sobrevaluado y que quizá requeriría de un ajuste importante durante los años subsiguientes. Así, cuando el punto mencionado se sometió a discusión en el seno de la comisión I, Espinosa de los Monteros llegó a esas deliberaciones debidamente pertrechado con argumentos e instrucciones por parte de su delegación.

Cuatro fueron las razones expuestas por México para solicitar una modificación de la norma respectiva. La primera, que los países con cuotas pequeñas se encontrarían siempre en una posición de gran desventaja frente a aquellos con cuotas elevadas, en particular cuando se tratara de la modificación de sus tipos de cambio. Asimismo, que la estabilidad de los tipos de cambio de las monedas de las naciones pequeñas dependería en una medida muy importante de las políticas económicas que aplicasen los países industrializados, y posiblemente, que en caso de experimentar problemas de balanza de pagos, requerirían con mayor probabilidad de un ajuste importante de sus paridades. Por último, la modificación eventual de esas paridades tendría sobre la economía mundial una repercusión mucho más leve que si se alterasen las de las monedas importantes del mundo. Por tanto, la propuesta mexicana pretendía que la norma pudiera otorgar un mayor balance en cuanto al poder de decisión para alterar los tipos de cambio de los países.[18]

Después de consultar al Fondo, un país miembro podrá alterar el tipo de cambio de su moneda sujeto a que dicha alteración no exceda del 10 por ciento para un país con una capacidad de voto de 10 por ciento o más del total, y no excederá del 20 por ciento si la cuota de ese país es inferior a 10 por ciento del valor total. En caso de solicitarse una modificación cambiaria mayor o subsecuente a la anterior, el Fondo comunicará al país peticionario su decisión en dos días a lo más después de recibir la solicitud.[19]

Al igual que a Espinosa de los Monteros ante la comisión I, correspondió a Daniel Cosío Villegas la representación oficial de México en la comisión en la que se llevaron a cabo las deliberaciones para establecer el Banco Mundial. En sus memorias, Cosío nos ofrece una crónica sabrosa, aunque quizá con algunas imprecisiones factuales, de lo que fue su participación en Bretton Woods, la cual, a su juicio, “resultó de verdad una experiencia extraordinaria por varios motivos”. La primera de ellas resulta difícil de aceptar dadas todas las gestiones y empeños que se describen en las páginas previas: “que nuestro gobierno, como de costumbre, comenzó sus preparativos tardíamente, y eso a pesar de que los dos Eduardos, Suárez al frente de la secretaría de Hacienda, y Villaseñor, del Banco de México, tomaban en serio estas cosas”.

Como ya se ha mencionado, la comisión II estuvo presidida por el famoso economista británico John M. Keynes. Se cuenta que Keynes dirigió los debates que se desarrollaron en esa comisión con una actitud un tanto arrogante y a veces en un tono claramente autoritario. Según Cosío Villegas, fue en el contexto de esas deliberaciones en donde “sobrevino mi choque con el gran maestro”. En rigor, todo hace indicar que en realidad fueron dos los enfrentamientos que tuvo Cosío con el economista Keynes. El primero, cuando se discutió el nombre que debería tener el organismo que estaba en vías de crearse y sobre todo sus finalidades. No cabe la menor duda que la delegación mexicana se había preparado concienzudamente para hacer esta objeción, toda vez que el asunto había sido estudiado con cuidado durante las semanas previas dedicadas a la preparación y el análisis:

La primera observación que hice fue sobre el nombre mismo de la nueva institución: Banco Mundial de Reconstrucción y Fomento. Dije que sin ignorar ni la urgencia ni la magnitud de reconstruir a los países devastados por la guerra, esa tarea, por su naturaleza, era transitoria, mientras que la del fomento era y sería permanente, de hecho, casi eterna […] Keynes, que como director de debates tenía algún poder, descartó mi reparo diciendo que no estaba a discusión el nombre de la institución, sino en lo general el articulado del proyecto.[20]

Como lo explica en sus memorias, al parecer el maestro Cosío volvió a tener un enfrentamiento con lord Keynes durante las sesiones siguientes de la comisión II. El motivo fue un asunto con mucho trasfondo, relativo a las operaciones futuras del organismo: “las solicitudes para los préstamos de fomento serían examinadas por un pequeño grupo, es decir por Estados Unidos e Inglaterra, y cuando más Francia, que determinarán su fundamento, su cuantía, el momento de darlo y, sobre todo, la moneda en que podía hacerse el préstamo”. Con razón y como se había previsto en los estudios preliminares realizados en México, ese enfoque pondría las aspiraciones de los países pobres demasiado a merced de “poquísimos poderosos”. México, por ejemplo, podría solicitar un crédito en dólares para adquirir maquinaria en Estados Unidos y obtener el importe en francos.

Expuse mis argumentos y Keynes, como en la vez anterior, los desechó con brusquedad y sin aducir razón alguna. Entonces, con gran calma pero sin vacilación, anuncié que temía mucho que a la hora debida la delegación de México votaría en contra de ese artículo y pediría que se asentara en el acta el sentido y la razón de su voto. Aquello cayó como una bomba, de modo que al darse por terminada la reunión matutina, los delegados de Estados Unidos se dispararon para hacerle el cuento a su gran amigo Espinosa de los Monteros, quien a su vez se lanzó a ver a Suárez para pedirle que me desautorizara. Hay por allí una fotografía, que no sé quien tomó, pero que algo ha circulado, en la cual aparezco explicándole a Suárez mis razones. Lo cierto es que me autorizó a votar en contra del artículo.[21]

El párrafo resulta revelador por varias razones importantes. En primer lugar, porque ofrece una rendija que deja ver las fracturas que existieron en la delegación de México que asistió a Bretton Woods y el hecho, quizá evidente, de que nunca hubo sentimientos de simpatía entre Cosío y el director de Nacional Financiera. Segundo, que frente a cierta americanofobia, que ciertamente movía al futuro historiador, su antagonista tenía una actitud que incluso podría calificarse de favorable hacia Estados Unidos. Asimismo, el incidente permite esclarecer, al menos parcialmente, un hecho que se había mantenido por mucho tiempo en cierta zona de indefinición: ¿cuál fue el desempeño que tuvieron en Bretton Woods Rodrigo Gómez y Víctor L. Urquidi?

Cosío no registró en sus memorias, o quizá lo olvidó al momento de escribirlas mucho tiempo después –medió la friolera de 32 años entre la celebración de la conferencia y la redacción de esa suerte de autobiografía–, que su enfrentamiento con lord Keynes sí tuvo consecuencias sobre la marcha de ese importante cónclave internacional. Al parecer, Keynes se quejó del incidente ante las autoridades organizadoras del evento, y muy posiblemente esos anfitriones y otros asistentes al evento con influencia sugirieron al jefe de la delegación mexicana que aquel delegado incómodo ya no asistiera a las sesiones de la comisión II.

Fue entonces cuando previsiblemente entraron en acción Rodrigo Gómez y, parcialmente, el joven asesor Víctor L. Urquidi. ¿Resultaron por lo tanto fútiles los enfrentamientos que se suscitaron entre Cosío y Keynes en el seno de la comisión II? Lo más probable es que no. Por un lado, es cierto que el irreverente delegado mexicano quedó marginado de su representación ante tal foro, pero a la vez su actuación dio lugar a que el altivo director de esos debates se plegara a una actuación menos autoritaria y más democrática frente a las intervenciones de todas las delegaciones, y no sólo de las representativas de los países más poderosos.

Felizmente, unas minutas parciales de las sesiones ulteriores de la comisión II muestran a un lord Keynes caballeroso y cuidadoso de las formas, interactuando en forma respetuosa con todos los delegados, incluyendo por supuesto al representante de México “Mr. Rodrigo Gómez”. Dentro de ese espíritu de colaboración, el representante de México reiteró los argumentos que había preparado su delegación para solicitar que en las finalidades del futuro banco, “reconstrucción” y “desarrollo” fueran puestas en el mismo nivel de importancia. Así, el texto que leyó Rodrigo Gómez en la reunión de la comisión II celebrada el 11 de julio de 1944 fue el mismo que se dio a conocer a la prensa el día siguiente.

Víctor L. Urquidi no aparece propiamente como delegado por México en el programa oficial de Bretton Woods, sino en calidad de secretario de la delegación. Compartió dicha designación con el primer agregado de la embajada mexicana en Washington, un señor de apellido Duhart. Cuáles actividades llevó a cabo en la famosa conferencia el diplomático Salvador Duhart es algo para lo cual carecemos de evidencia alguna. No cabe descartar que el nombre de esa persona únicamente se incluyera en la lista oficial de las delegaciones sin que en realidad asistiera a la conferencia. En sus Memorias Cosío reporta que Urquidi se movió continuamente entre las tres comisiones –seguramente apoyando a los delegados titulares– pero que el grueso del tiempo lo pasó al lado del ministro Suárez.[22]

Aparte de lo anterior, la única evidencia documental que se tiene respecto a la participación de Urquidi en Bretton Woods es de una intervención que realizó en nombre de la delegación de México en la comisión II, ya bien avanzada la conferencia a tan sólo cinco días de su conclusión. La propuesta, que según noticias fue apoyada en la sesión por las representaciones de India y Noruega, se refería críticamente al poder de veto que podría tener un país frente al ejercicio de un préstamo por parte del banco, cuando éste implicara la venta de bienes de capital u otros producidos precisamente por el país que presentase la objeción. La delegación de México no sólo hizo una propuesta para que esa facultad excesiva se modificase sino que además la difundió al día siguiente como boletín de prensa. Vale la pena recordar el argumento principal del planteamiento mexicano, aunque no sea posible verificar si éste provino o no de la pluma de Urquidi:

…la norma, tal como se encuentra expresada hasta ahora, sin duda será difícil de explicar a países que durante los últimos tres o cuatro años han experimentado las consecuencias de tratar con lo que puede llamarse una “zona de compra restringida”, es decir, una en la cual el dinero no se puede gastar. En este caso, ciertamente tendríamos que mitigar los temores de aquellos que pudieran interpretar la norma comentada como algo que pudieran interpretar que les ofrece a los países el poder para discriminar en la colocación de sus exportaciones de bienes de capital, o el poder para negar ventas por razones no económicas. A menudo sucede que en la adquisición de bienes de capital no existen opciones con respecto a los países en donde pueden éstos adquirirse […] Un país puede desear colocar sus órdenes de compra en algún otro, y éste, al amparo de la facultad comentada, puede negarse a aprobarla, forzando al prestatario a comprar los bienes de capital en un mercado más caro o menos apropiado.[23]

Al hacer esta denuncia, México estaba prestando apoyo a los intereses de todas aquellas naciones del mundo que deseaban acelerar su desarrollo mediante una industrialización rápida, que requeriría de la importación de maquinaria y equipo. Sin embargo, a un pasaje de la propuesta podrían ponérsele nombres de países específicos. Había sido particularmente México la nación que en el transcurso de la guerra había padecido los rigores de una “zona de compra restringida” y no deseaba sufrir en la posguerra el mismo tipo de problema.

Hasta aquí la participación de la delegación mexicana en Bretton Woods. Concluida la conferencia, Suárez, acompañado de Espinosa de los Monteros y de Rodrigo Gómez, partió en visita no oficial a Canadá por invitación de su amigo, el entonces embajador de México ante ese país, doctor Del Río. Aunque Suárez no lo consigna en sus Memorias, también viajó a Canadá Víctor L. Urquidi, aunque no como parte de ese grupo. Urquidi realizó ese viaje para cumplir con una encomienda de trabajo concreta, una misión confidencial que le interesaba mucho en ese momento al ministro mexicano: estudiar el sistema de control de cambios que estaba en vigor en ese país de la América del Norte desde hacía algún tiempo. Confirma esa gestión un documento que obra entre los papeles personales del maestro Urquidi sobre la materia y cuyos lineamientos nunca llegaron a implementarse en México.[24]

¿Qué balance arroja la participación de la delegación mexicana en Bretton Woods? El asunto puede abordarse desde varias perspectivas, entre ellas la diplomática. No hay duda que desde este ángulo la intervención de la delegación mexicana resultó, si no brillante, al menos sí muy destacada. En lo personal, Espinosa de los Monteros logró afianzar su prestigio en los medios políticos estadounidenses. Tan fueron exitosas todas esas gestiones de promoción personal, que en el sexenio del presidente Miguel Alemán el previamente director de Nacional Financiera resultó designado al importante cargo de embajador de México ante Estados Unidos.

También el ministro Suárez se lució en el ámbito diplomático. En las sesiones finales de la conferencia hubo un intercambio de conceptos elogiosos con el secretario Morgenthau, que son confirmatorios del beneplácito con el que éste apreció el desempeño en la conferencia del ministro mexicano.

Quisiera hacer mención a mi buen amigo, Eduardo Suárez […] Desde hace varios años me he sentido muy afortunado de que nuestra hermana República de la frontera sur, México, haya tenido por tantos años en el cargo de Secretario de Hacienda a un ciudadano tan competente como el Sr. Suárez. Como Secretarios de Hacienda, Eduardo y yo somos muy experimentados […], y en este sentido, en Estados Unidos consideramos que el Sr. Suárez y su equipo siempre han colaborado plenamente con nosotros, al grado que hoy México goza de una de las mejores reputaciones financieras en el mundo.

En los aspectos más sustantivos, es claro que las aportaciones de un país como México difícilmente pudieran haber sido mayores en la conformación del Fondo Monetario Internacional y del Banco para el Fomento y la Reconstrucción. Si no en la calidad de su participación, al menos en cuanto a proactividad, la actuación de la delegación mexicana en la conferencia quizá no hubiera podido ser más intensa. La correlación internacional de fuerzas, el peso específico de México en el concierto mundial de las naciones y los principales antecedentes sobre las cuestiones en juego (las negociaciones entre Gran Bretaña y Estados Unidos) así lo determinaban.

¿Sería posible evaluar sistemáticamente la participación mexicana en Bretton Woods? Un criterio útil para tal fin consiste en enumerar las propuestas de México que se presentaron y discutieron durante las sesiones de julio de 1944 y hacer el contraste con el resultado final en el que desembocaron. El ejercicio se presenta a continuación.


[1] “Messersmith to Secretary of State”, 23 de junio de 1944, exp. núm. 551.5, WFB: ET: EU-A, en archivo de Víctor L. Urquidi.

[2] Daniel Cosío Villegas y Víctor L. Urquidi, Conferencia Monetaria Internacional, “Orientación general para la delegación mexicana”, memorándum núm. 3, mimeo, s.f., p. 1, en archivo de Víctor L. Urquidi.

[3] Ibid., p. 3.

[4] Ibid., p. 5.

[5] Ibid., p. 8.

[6] Cosío Villegas, Urquidi, Conferencia Monetaria Internacional, “Orientación general para la delegación mexicana”, memorándum núm. 5, mimeo, s.f., p.3, en archivo de Víctor L. Urquidi.

[7] Ibid., pp. 5 y 6.

[8] Eduardo Suárez, Comentarios y recuerdos, 1926-1945, México, Edit. Porrúa, pp. 277-278.

[9] “United Nations Monetary and Financial Conference. First Session of Commission III”, 3 de julio de 1944, versión estenográfica de Mary E. Fitchett.

[10] “United Nations Monetary and Financial Conference. Bretton Woods”, 19 de julio de 1944, For the Press, núm. 35.

[11] “Report submitted to Commission III by the Agenda committee appointed to receive and consider proposals sub- mitted for consideration in Committee III, CIII/A. Bretton Woods”, 10 de julio de 1944.

[12] “Alternative E (Add as an additional section after Joint Statement III, 2), doc #107, 4 de julio de 1944; AS/1/1, y doc. # 296, 7 de julio de 1944 (ci/2/ah)”, en archivo de Víctor L. Urquidi.

[13] “Second Report of Committee 2 on Operations of the Fund to Commission I”, 9 de julio de 1944, CI/2/RP2.

[14] “Report of Committee 2 to Commission I concerning the meetings of July 11th and 12th”, s.f., CI /2/ RP/3.

[15] “Discurso pronunciado por el delegado Antonio Espinosa de los Monteros ante el Comité 3 de la Comisión I”, 8 de julio de 1944, doc. 179.

[16] United Nations Monetary and Financial Conference, “Statement by Antonio Espinosa de los Monteros, before Commission I”, 19 de julio de 1944, núm. 30.

[17] United Nations Monetary and Financial Conference, “Final Act and Related Documents”, United States,Government Printing Office, 1944, pp. 32-33.

[18] “Discurso pronunciado por Antonio Espinosa de los Monteros el 8 de julio de 1944 ante el Comité III de la Comisión I”, documento 183.

[19] “Mexican Delegation. Proposal on voting changes in rates of member currencies”, s.f., DP/1.

[20] Daniel Cosío Villegas, Memorias, México, Joaquín Mortiz, 1976, p. 220.

[21] Ibid., p. 221.

[22] Ibid., p. 219.

[23] “Remarks made by the Mexican Delegation on veto power of lending countries before Commission II”, 16 de julio de 1944, Press release núm. 32, en archivo de Víctor L. Urquidi.

[24] Entrevista Eduardo Turrent Díaz (ETD)-Vícor L. Urquidi (VLU), 1993.

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